No era necesaria una votación de tres días y el recuento posterior para conocer el nombre del vencedor. Vladimir Putin se ha hecho con el 87% de las preferencias según los resultados preliminares de la Comisión Electoral Central de Rusia, diez puntos más que en las de 2018 cuando recibió el apoyo del 77% de los votos. 112,3 millones de rusos han podido ejercer el derecho a voto entre el 15 y el 17 de marzo.
En la papeleta aparecen, junto con el nombre del actual mandatario, los de Nikolái Jaritónov con el 3,8% de los votos, Leonid Slutski con 2,96% y Vladislas Davankov con 3,73%. Marionetas al servicio del régimen para aparentar un ejercicio democrático. Con este nuevo periodo que representa el quinto, Putin será el dirigente ruso con más tiempo en el poder, por delante de Josef Stalin y de cualquier otro gobernante en los últimos 200 años.
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Las jornadas de votación han trascurrido con algunos incidentes: 74 personas han sido detenidas este domingo en elpaís; en los dos días anteriores, se produjeron altercados dispersos como protestas, prender fuego a cabinas de votación, verter tinta verde en las urnas de votación.
Dos acontecimientos han ensombrecido la campaña electoral: el fallecimiento en extrañas circunstancias en una prisión de Siberia del opositor Alekséi Navalni y la guerra de Ucrania. El periodo de gobierno de Putin particularmente beligerante comprende de 2014 a 2022 en que el mandatario se anexionó Crimea, intervino en Siria e inició la guerra del Donbás, que terminó con la declaración de guerra a Ucrania en 2022 que se prolonga hasta hoy.
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Durante estos años, Putin se ha centrado en dos objetivos: la represión de cualquier disidencia dentro y fuera de las fronteras de Rusia, asesinando a periodistas, oligarcas y opositores políticos o, en su defecto, recluyéndoles en prisión; y la imposición de una ideología nacionalista que identifica a Putin con Rusia. Se aprecia una relación directa entre las políticas del actual gobierno moscovita y la ideología de extrema derecha.
La nación por encima del Estado y dentro de la nación el cristianismo ortodoxo como religión aglutinante. Las promesas de Putin residen en un fuerte nacionalismo que recupere la tradición olvidada durante la etapa soviética y, al mismo tiempo, rehabilitar la pujanza bélica de la antigua URSS. El maniqueísmo es el instrumento preferente para oponer los ideales rusos a la corrupta Europa, los valores eslavos al vacío moral del Occidente decadente.
Sin embrago, no sólo alienta a partidos y movimientos de extrema derecha, sino que Putin financia alternativas políticas de extrema izquierda en Iberoamérica. En realidad, las políticas se dirigen a desestabilizar a los países de Occidente, interviniendo en las elecciones, financiando grupos antisistema, promoviendo el nacionalismo de provincias y regiones.
Todo indica que la represión política y la intervención en otros países se acentuará a partir del nuevo periodo de Putin en la presidencia. Se prevé que Rusia se fortalecerá económicamente. La relación con China se estrechará amenazando el protagonismo de Estados Unidos. La guerra de Ucrania es también una alarma para los países fronterizos que pertenecen a la OTAN. La Unión Europea ha comenzado a rearmarse y militarizarse. La victoria de Putin es un factor fundamental de desestabilización de la región.