
París.— Después de más de un siglo de prohibición, el gobierno parisino ha decidido que ya es momento de mojarse… literalmente. Este sábado, los parisinos se lanzaron de cabeza al río Sena, que vuelve a estar abierto para el baño público por primera vez desde 1923, tras una cuestionable operación de limpieza motivada, claro, por el lucimiento internacional que representaron los Juegos Olímpicos.
Con bombos y platillos, las autoridades anunciaron que tres puntos del río, cercanos a emblemas turísticos como la Torre Eiffel, podrán recibir hasta mil bañistas por día, al menos hasta el 31 de agosto… o hasta que las lluvias vuelvan a disparar los niveles de bacterias.
“¡El agua está clara!”, exclamó una optimista bañista, aunque las algas y el pasado turbio del río no pasaron desapercibidos. ¿Clara? Quizá, pero los niveles de E. coli y otros patógenos han sido un quebradero de cabeza para las autoridades, especialmente durante las pruebas olímpicas, donde varias sesiones de triatlón y natación casi se cancelan por… bueno, por el estado del agua.
Del drenaje al chapuzón: una odisea millonaria
El regreso de los baños públicos al Sena no fue gratis: se gastaron miles de millones de euros en conectar viviendas al sistema de alcantarillado, renovar plantas de tratamiento de agua y construir tanques para contener las lluvias. Todo, para evitar que el legendario hedor parisino volviera a brotar desde las profundidades del río cada vez que llueve.
A pesar de ello, las recientes tormentas ya han puesto en jaque la viabilidad del baño. Las autoridades se curan en salud con un sistema de banderas al estilo playero: verde si puedes nadar, rojo si mejor te vas a casa sin remojarte. Un sistema que parece más diseñado para apagar alarmas que para garantizar seguridad real.
¿Turismo de riesgo o postal romántica?
Para algunos, lanzarse al Sena es una fantasía cinematográfica. Para otros, es una temeridad sanitaria. Y es que no todos los días se abre al público un río donde durante décadas se vertieron residuos fecales, químicos industriales y hasta cadáveres.
Pero en la era de los filtros y las selfies, el Sena vuelve a ser escenario de historias de amor, aunque esta vez protagonizadas por bañistas audaces, turistas ingenuos y autoridades deseosas de mostrar una cara moderna de París, aunque debajo fluyan aguas de dudosa pureza.
¿Revolución ecológica o maquillaje olímpico?
La reapertura del Sena se vende como un triunfo ecológico, pero la verdad es que es más bien un experimento de relaciones públicas a escala fluvial. ¿Funcionará o tendremos que esperar otros cien años para ver a alguien más nadando sin riesgo de infección?
París, siempre París: capaz de vender hasta su río… aunque huela raro.