Las próximas elecciones al Parlamento Europeo, a realizar del 6 al 9 de junio de este año, exhiben una preocupación asociada con el crecimiento de la extrema derecha. Ultraderecha se confunde con extrema derecha, pero no es lo mismo.
Utilizado para alarmar y atemorizar a los ciudadanos, partidos políticos de izquierda y extrema izquierda con objeto de atraer el voto acuñaron un término que es ya moneda corriente pero que no obedece a la realidad ideológica.
La ultraderecha suele aglutinarse en partidos constitucionalistas, defensores de las garantías democráticas y relativamente nacionalistas. Enfatizan las prioridades nacionales por encima de las de la Unión Europea aunque buscan el consenso con otras fuerzas.
El Parlamento Europeo tiene dos grupos en que se inscriben los partidos de ultraderecha y extrema derecha: el grupo Conservadores y Reformistas Europeos que incluye al italiano Fratelli d’Italia, al español VOX y al polaco Derecho y Justicia; y el grupo Identidad y Democracia en que se inscriben la italiana Lega, la francesa Ressemblement National, el húngaro Fidesz, la finesa Los Finlandeses, la alemana Alternative für Deustschland, el Partido de la Libertad de Austria, Partido Popular Danés, el belga Vlaams Belang, Partido por la Libertad de Holanda. Los pronósticos indican que los próximos resultados electorales otorgarán mayoría a la ultraderecha y extrema derecha.
Divididos en dos fuerzas como hasta ahora, no representan riesgo alguno a no ser que lleguen a unirse, cosa improbable puesto que los extremistas son antisistema. Se trata de dos movimientos con intenciones y propósitos diferentes. Los primeros respetan el orden constituido, los segundos no necesariamente aunque algunos analistas consideran que rebajarán sus pretensiones después de las elecciones. La llamada ultraderecha no es extrema derecha: la primera se mantiene en la legalidad, la segunda coquetea con maniobrar en contra del Estado.
La novedad consiste en la creación de no pocos partidos de extrema derecha con una agenda propia al margen de las constituciones de los respectivos países y del espíritu de la Unión Europea. Todo indica que las elecciones al Parlamento Europeo reforzarán a los partidos de extrema derecha que saldrán de los comicios con fuerza para intervenir en las políticas comunes. La Unión no debería responsabilizar a los países miembros del auge del extremismo. Sus políticas son causa inexcusable de esta efervescencia.
El exceso de regulación medioambiental, el control fiscal intolerable, la inmigración incontenible, el dictado de directrices contrarias a lo autóctono para uniformar a los países miembros, operan como caldo de cultivo de una disidencia a riesgo de convertirse en revuelta. Europa legisla en función de una agenda propia sin considerar las opiniones de los países. A esta situación se agrega la desilusión del electorado hacia los partidos tradicionales, a los que responsabiliza de esas políticas asfixiantes y contrarias a la libertad individual.
La crisis que atraviesa en estos momentos está apuntalada por un nacionalismo cada vez más exacerbado que promueve el escepticismo hacia la Unión. El desencanto y la decepción se han instalado en los ciudadanos que observan con creciente recelo el gobierno europeo.
La extrema derecha crece a impulsos de las políticas migratorias, del escepticismo, del pesimismo que surgió de la pandemia, de la crisis financiera, de la pérdida de poder adquisitivo, de las consecuencias de la guerra de Ucrania. El gobierno de la Unión Europea no parece decidido a resolver los problemas de los europeos. Da la impresión de que legisla al margen de los ciudadanos, como un ente autónomo que responde a intereses distintos a los que justificaron su creación.