El ritual íntimo de Gastón García Marinozzi en su nuevo libro

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El autor argentino hace un viaje a los sótanos de la memoria y arma un libro delicado, dolido, luminoso titulado Instrucciones para matar al padre

Hay libros que se leen como si uno entrara en una casa en penumbras. Uno avanza con cautela, tocando las paredes, reconociendo los muebles de la memoria, encendiendo una a una las lámparas de lo que se creyó olvidado. Instrucciones para matar al padre (Alfaguara), de Gastón García Marinozzi, es uno de esos libros. No una novela, no un ensayo, no del todo una crónica ni tampoco una confesión, sino una mezcla palpitante de todos esos géneros, escrita con la melancolía que deja la ausencia y el temblor del reencuentro.

La historia se abre con una llamada seca: el padre ha muerto. Desde México, donde el autor reside, el narrador emprende el viaje hacia Argentina para asistir al funeral. Pero pronto queda claro que este trayecto no será sólo geográfico. Es, sobre todo, una travesía interior: la que se hace por los pasillos de la infancia, por las habitaciones en ruinas de la juventud, por los sótanos donde se acumulan las preguntas no formuladas, los silencios, los rencores y las ternuras que la adultez no siempre logra nombrar.

A ese viaje lo acompañan voces. No fantasmas, sino presencias tutelares, Plinio, McCarthy, Lowry, Roth, Perec, Auster, Knausgård, Singer, Capote, Kundera, Kureishi, Rushdie, Pamuk, Nabokov. Son autores que también escribieron sobre sus padres —con amor, con rabia, con desconcierto— y que aquí son convocados no como escudos, sino como espejos. García Marinozzi lee a esos escritores mientras se lee a sí mismo. O acaso los relee, para entenderse mejor. “Me interesaba el combo de tres cosas —dice el autor—: la paternidad, la orfandad y la migración”. Es desde ese triángulo, que a veces se parece a una herida y otras a un mapa, que arma este libro delicado, dolido, luminoso.

El título, provocador, no habla de violencia sino de ruptura simbólica, del gesto inevitable y necesario de mirar al padre como un hombre, no como un mito. Matarlo —en la ficción, en la memoria, en la letra— para poder vivirlo desde otro lugar. Porque quien escribe también es padre, y mientras revisita su pasado, cría a sus hijos pequeños. Así, en los entrepisos del relato, se cuela el presente, los juegos infantiles, la risa, el amor doméstico, pero también las noticias de un mundo hostil para quienes disienten, para quienes migran, para quienes buscan pertenecer a dos orillas.

Instrucciones para matar al padre es una elegía íntima y una celebración del lenguaje. Una obra que se mueve con la misma fluidez que lo hacen los recuerdos, avanza y retrocede, se detiene en un objeto mínimo, estalla en una frase, se ilumina con una mirada. Es también un acto de fe en la escritura como lugar de pertenencia, como territorio donde uno puede volver a ser hijo sin dejar de ser padre, extranjero sin renunciar a la raíz, lector sin dejar de contar su historia.

Gastón García Marinozzi, cordobés nacido en 1974, ha hecho de la palabra su casa. Cronista, novelista, ensayista, guionista, ha publicado en medios de América Latina y Europa, y ha sido becario de la fundación de Gabriel García Márquez.

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