Massa tumba a Milei, pero aún no lo noquea

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El domingo pasado se celebraron elecciones presidenciales en Argentina. Los resultados favorecieron a la coalición Unión por la Patria, encabezada por Sergio Massa, candidato peronista y actual Ministro de Economía en el gobierno de Alberto Fernández, que se impuso con el 36.7% de los votos. Para entender cómo es posible que alguien con ese perfil ganara en un país con una inflación casi del 140%, hay que repasar un par de puntos.

El primero es que Massa lideró un proyecto político que supo marcar su distancia con la administración actual. “Mi gobierno va a ser distinto a este”, dijo durante su cierre de campaña en Buenos Aires, una idea que también se cansó de repetir durante los múltiples debates previos a la cita electoral. Como si su función dentro del Ejecutivo hubiera sido equivalente a la de un florero. Yo no hice nada, porque ni poder tenía, pero ahora las cosas pueden ser diferentes. Se trata de una carta común jugada por aquellos contendientes que llegan a los comicios tras recibir la estafeta de gobernantes que generan alta desaprobación. Una estrategia vista mucho, pero pocas veces exitosa si el daño causado por el gobierno saliente es muy grande.

En el caso de Argentina, se necesitaba otro impulso más. Un segundo aliciente que pudiera movilizar al electorado progresista del país alrededor de una idea. Ese estímulo, un factor completamente externo a Unión por la Patria, fue el miedo que generó un posible triunfo en primera vuelta del economista Javier Milei, aspirante que había obtenido grandes resultados en las primarias y que el domingo quedó en segundo lugar, con el 30% de los votos a su favor. Se dice que Milei le hizo la campaña a Massa y hay mucho de razón en ello.

El candidato de La Libertad Avanza es conocido por defender postulados libertarios, que pretenden acabar con la concepción misma del estado, entiéndase gobierno, como una figura necesaria en la cotidianidad del ciudadano. Bajo el argumento de disminuir el gasto público, Milei expuso su intención de reducir de 18 a 8 el número de ministerios estatales, según explicó el propio aspirante presidencial en un escaparate televisivo. De las carteras existentes, solo planeaba mantener Economía, Justicia, Seguridad, Interior, Defensa, Infraestructura y Relaciones Exteriores. Mientras que las competencias de ministerios tan presentes para el ciudadano promedio, como Salud, Educación y Trabajo, iban a ser vilipendiadas al ser traspasadas a un nuevo departamento llamado ambiguamente Capital Humano. Un disparo al pie en un país con problemas económicos crónicos, donde los sueldos pierden valor real cada día y donde la mayoría de la población no puede pagar servicios privados en salud y educación. No de forma simultánea, al menos.

Aún así, fueron cerca de 8 millones de argentinos los que compraron el discurso incendiario y radical que enarbolaba un “cambio profundo”, pero que más bien tenía pinta de ser un salto al vacío. “Viva la libertad, carajo” exclamaba de manera efusiva en cada uno de sus mitines, cuando en su cabeza ese concepto de libertad incluía la creación de un mercado que regulara y promoviera la compraventa de órganos humanos, algo que Milei llegó a proponer en la precampaña, pero que después de la polémica generada no volvió a tocar. Estos postulados, junto a otros más, convierten en preocupante el hecho de que, aún con la derrota momentánea, casi un tercio del electorado argentino lo haya visualizado presidente.

Esos números lo mantienen en la contienda todavía, al haber perdido por menos de diez puntos porcentuales y conseguir forzar la segunda vuelta, agendada para el 19 de noviembre. Será un segundo y definitivo round entre Massa y Milei, en el que serán clave los votos que ambos logren rascar del electorado de Patricia Bullrich, aspirante que completó el podio el domingo con un 23.8% de las papeletas depositadas en sus urnas, muy por arriba del 6.7% de Juan Schiaretti y del 2.7% de Myriam Bregman. Bullrich, candidata derechista de Juntos por el Cambio, ya movió ficha estos días a favor de Milei, argumentando que es la única manera de “terminar con el kirchnerismo”, corriente política que estuvo muy presente durante el mandato de Alberto Fernández, todavía jefe de Massa.

Vienen unas semanas típicas de previa de segunda vuelta, en las que va a reinar la moderación y la conciliación entre los dos sobrevivientes. Tanto Milei como Massa van a pelearse por tender puentes hacia el centrismo, seduciendo al votante moderado y apartidista. Milei fue el primero en mostrar esa cara, cuando este miércoles abrió la posibilidad de hacerle un espacio a Bullrich en su futuro gabinete. Esto al considerar que la experimentada política había hecho un buen trabajo cuando fue Ministra de Seguridad en el gobierno de Mauricio Macri, olvidando que hace tan solo dos semanas la había llamado “montonera asesina” en uno de los debates. Milei también dejó entrever que no tendría reparo en meter a políticos de izquierda en el ministerio de Capital Humano, ya que ellos “son las personas que más saben de esos temas”.

En fin, cosas de la segunda vuelta. No debería sorprender tampoco si en los próximos días vemos al Massa más empresarial o reduccionista de cargas fiscales. Todo será por rascar los votos necesarios y vencer a un rival que parece reinventarse de la mano de la derecha tradicional. Un contrincante al que ya le propinó un golpe importante, pero al que todavía no noquea.

Jerónimo Pineda

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