Pedro Sánchez y la máquina del fango

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Histrión bufonesco, Pedro Sánchez concluyó ayer la farsa que interpretó durante cuatro días durante los que renunció a su responsabilidad de Presidente de España. En la mañana del lunes limitó sus actuaciones a generar más incertidumbre respecto de su decisión de seguir al frente del ejecutivo. Tras visitar de manera innecesaria en lo político, pero efectista en lo patético, al Jefe del Estado, Felipe VI, desatando especulaciones que apuntaban a su dimisión, reunió a todos los empleados del Palacio de la Moncloa como formalismo que aparentemente subrayaba la dimisión.

A las 11 hrs. de la mañana, publicó un video cuyo contenido era un discurso que inició con un nada sospechoso “Buenas tardes”, cuyos primeros párrafos parecían referir ya la certeza de la dimisión para concluir que como Presidente de España su obligación era terminar con la “máquina del fango” y por tanto su deber le impedía renunciar. Para reforzar esta decisión aludió a una nutrida movilización de ciudadanos que pidieron que se quedara en el cargo. Como siempre, Sánchez volvió a mentir. La movilización a la que se refería en el discurso fue exigua e irrelevante, compuesta por ancianos subidos a autobuses procedentes de diferentes provincias con el pretexto de conocer Madrid.

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El sábado, la manifestación popular de apoyo apenas llegó a diez mil ciudadanos; el domingo, no excedió de los cinco mil. Pedro Sánchez no recibió ningún apoyo de la sociedad española, al contrario, solo indiferencia, excepto en el partido del mandatario, el Partido Socialista Obrero Español, en que dirigentes y responsables políticos reclamaban la permanencia en el cargo de Presidente que asegura sus trabajos muy bien remunerados. La prensa internacional se limita a ridiculizar el último movimiento táctico de Sánchez.   

            En su comparecencia pública y más tarde en una entrevista que concedió a Televisión Española, no hizo una sola alusión a las denuncias de corrupción presentadas en contra de su esposa, Begoña Gómez, causa de la depresión que le embargó y le llevó a la decisión de retirarse unos días de la escena pública para “reflexionar”, aunque como reconoció en la entrevista en TVE al llegar el miércoles por la tarde a Moncloa, le dijo a su esposa que por supuesta no iba a dimitir. 

En los dos escenarios, Sánchez anunció su determinación de acabar con la máquina del fango en referencia a la independencia del poder judicial, a los medios de información independientes y a la oposición. La “máquina del fango” fue una expresión que utilizó Umberto Eco para denunciar la cacería de jueces a los que el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, sometió en la década de los noventa del siglo pasado: calumnia, difamación, injurias, decretando su muerte civil perpetrada por otros togados afines al primer ministro. El ilusionista Pedro Sánchez reorienta la crítica de Eco al atribuirla no al poder, sino a jueces y medios de comunicación con objeto de victimizarse una vez más. Sánchez y su mujer buscan situarse por encima de las leyes que justifican el estado de derecho. No contento con estas amenazas muy reales y que comenzará a implementar a la primera oportunidad, solicita a los españoles que se movilicen para salvar la democracia y la libertad encarnadas por él y su mujer.

O sea, sin Sánchez, España carece de democracia. La proclama es tan insensata como irresponsable, pues se dirige a recuperar el cainismo tradicional de la sociedad española o como dice Jaime Gil de Biedma en unos versos: “De todas las historias de la historia, la más triste es la de España, porque acaba mal”.             Pedro Sánchez representa la máquina del fango: calumnia e injuria al adversario sin rubor, justifica ahora la defensa de la lawfare que consiste en instrumentalizar la justicia en defensa de los intereses del mandatario, persigue el periodismo libre al que acusa de lanzar bulos y mentiras en su contra amenazando con aprobar una ley de medios controlada desde el ejecutivo. Pedro Sánchez es un tahúr frívolo y narcisista, juega con las cartas marcadas, sin importarle las consecuencias de sus palabras y hechos. La división está instalada en la sociedad por quien debería velar por la concordia entre españoles.     

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