Monipodio en la cultura mexicana

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Tropel de ciegos, tuertos, cojos, mancos, se asentó en ciudades españoles a principios del siglo
XVII. Tullidos imposibilitados para realizar cualquier actividad honrada se organizaron junto
con putas, truhanes y tahúres en un verdadero sindicato del crimen o germanías. Robo,
asesinato, extorsión y chantaje irrumpieron como profesiones a causa del resentimiento hacia
el Estado. Antiguos soldados de los tercios viejos, una vez heridos e imposibilitados
físicamente para reincorporarse a filas, optaron por formar pandillas que asolaban los centros
urbanos. Su destreza militar operaba como un plus dentro de las turbas delictivas. Esta sociedad
dentro de la sociedad dio lugar a fraternidades secretas dedicadas al crimen, como la Garduña
de origen toledano pero implantada ampliamente en Sevilla, también conocida con el nombre
de la Hermandad debido a que su estructura reproducía la de las cofradías religiosas. En la
novela ejemplar Rinconete y Cortadillo, ambientada en la ciudad andaluza, Miguel de Cervantes se
inspira en un modelo real para el personaje Monipodio, seguramente el mismo que le sugirió el
de Roque Guinart de la segunda parte de El Quijote. Los pícaros Rinconete y Cortadillo
conocen a Monipodio en la zahurda en que vive y que preside su patio. Cervantes lo describe
así: “Parecía de edad de cuarenta y cinco a cuarenta y seis años, alto de cuerpo, moreno de
rostro, cejijunto, barbinegro y muy espeso; los ojos, hundidos. Venía en camisa […]. Traía
cubierta una capa de bayeta casi hasta los pies, en los cuales traía unos zapatos enchancletados,
cubríanle las piernas unos zaragüelles de lienzo, anchos y largos hasta los tobillos; el sombrero
era de los de la hampa, campanudo de copa y tendido de falda; atravesábale un tahalí por
espalda y pechos, a do colgaba una espada ancha y corta, a modo de las del perrillo […]. En
efecto, él representaba el más rústico y disforme bárbaro del mundo”.


En la actualidad, los monipodios exhiben otra apariencia y con frecuencia mayor edad,
pero regentan el mundo de la cultura apegados al Libro Mayor de la Garduña. Con semblantes
menos fieros, pero igualmente corruptos, usufructúan delictivamente posiciones e influencias.
El mejor especialista de México en Jorge Luis Borges acosa sexualmente a becarias y
profesionalmente a colegas y estudiantes, beneficia a amiguetes que carecen de méritos,
acomoda jurados de premios para galardonar a su servidumbre y luego se felicita a sí mismo en
la prensa por haber ayudado a tal o cual a alzarse con ese premio. Un investigador-aviador de
la UNAM corrompe a las autoridades de la institución para gozar en exclusiva de privilegios
laborales bajo amenaza de campañas de descrédito hacia la Universidad en sus colaboraciones
de periódico. El individuo que ingresa en la Academia de la Lengua a causa de un servilismo
pegajoso y lambiscón, contrario al mérito, que de inmediato asume el lenguaje inclusivo
mostrando su frivolidad e ignorancia. El ciudadano sin prestigio ni obra reconocida que es
recibido en El Colegio Nacional por cuota de grupo. El sujeto abonado convocatoria tras
convocatoria a las becas del FONCA.


Monipodio está cómodamente instalado en la cultura mexicana. Ya no es el maleante
de navaja al cinto y paliacate al cuello, de maneras burdas y ademanes toscos, mal afeitado y de
cabello alborotado. Es el hampón de saco prêt-à-porter y zapatos ingleses, de portfolio de piel
colgado al hombro, con ínfulas de inteligente y gestualidad pretenciosamente aristocrática,
siempre pendiente de pasar revista a las señoritas becarias renovadas cada pocos meses y del
próximo boleto de avión. Es el malhechor que se sirve de su institución para viajar
incansablemente sin reportar otra cosa que un nuevo permiso para volver a viajar. Pícaros,
buscavidas, pillos se mueven con soltura e impunidad en el mundo de la cultura. Avergüenzan
a artistas, promotores, intelectuales, ciudadanos, pero nadie dice nada. Todavía intimida el
grotesco poder adquirido mediante el abuso y el servilismo, el clientelismo y el despotismo, seguramente debido a la tercera regla del decálogo de la Garduña: “Los chivatos no podrán, en
su primer año de noviciado, montar ‘negocios’ por sí solos”. Léase hoy varios años por
“primer año”.

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