Desde hace 113 años, el mundo reserva el día 8 de marzo para conmemorar la lucha de las mujeres por la igualdad frente a los hombres, y para visibilizar el hecho incontestable de que tal igualdad aún no cristaliza.
Es verdad que, en esa lucha de tantos años, las mujeres han avanzado mucho en la ruta por obtener las mismas oportunidades que los hombres, y lograr que sus derechos sean reconocidos también en condiciones de igualdad. Hasta hace poco, era impensable que una mujer fuese jefa de familia y sostén económico de la misma, o que pretendiera adquirir educación superior –o educación alguna siquiera-; era impensable también, que una mujer decidiera por sí misma sobre su patrimonio o sobre quién sería la persona con la que habría de casarse; mucho menos podría pensarse en la posibilidad de que la mujer votara o fuese votada en las elecciones, o que pudiese aspirar a un puesto directivo en el sector público o privado.
Insisto, en este sentido, no puede negarse que la lucha por la igualdad de género ha dado frutos que son dignos de celebrarse; se trata de frutos que debieron estar siempre ahí pero que por alguna razón les fueron regateados a las mujeres por siglos e incluso por milenios. El movimiento feminista tiene el enorme mérito de haber iniciado ese cambio social que hoy nos parece tan normal pero que costó mucho trabajo alcanzar. Sin embargo, también es verdad que todavía falta mucho por hacer. El feminismo no ha triunfado aún.
Pruebas de eso sobran; en nuestro país, siguen existiendo -por ejemplo- lo que se denomina “la brecha salarial”, es decir, un salario más bajo para las mujeres por igual trabajo; también la “doble jornada” que viven aquellas que después de la jornada laboral tienen que desempeñar solas el trabajo doméstico-familiar; el “techo de cristal”, que impide que las mujeres superen cierto nivel en la estructura organizacional donde trabajan, o el “piso pegajoso”, que no les permite siquiera ascender un escalón en el escalafón; y no se diga la violencia en razón de género, que se manifiesta de muy diversas maneras, a nivel psicológico, físico, patrimonial, económico, o sexual, como ocurre con el acoso sexual en el trabajos, en la escuela, o en la calle, en lo que se conoce como “acoso sexual callejero”, o peor aún, como ocurre con el abuso sexual y la violación, y en ámbitos tan diversos como el familiar, laboral, docente, comunitario, institucional o político. Y claro, la peor de todas, el feminicidio.
No es extraño ver todavía que se exijan certificados de ingravidez para la contratación laboral, o despidos por embarazo, en tanto que el trabajo doméstico pagado se ha convertido prácticamente en una nueva forma de esclavitud que afecta fundamentalmente a las mujeres. Y qué decir de la explotación de mujeres en situación de trata, o el azote de la pobreza que se ensaña mucho más con ellas, y en especial con las niñas.
Los micromachismos también son parte de nuestra cotidianidad. En este contexto se inscribe el “mansplaining”, este fenómeno por el que los hombres asumimos que podemos explicarle a las mujeres cualquier cosa, incluso aquellas que ellas entienden mejor que nosotros. A este respecto acabo de ver un video de una jugadora profesional de golf que está haciendo práctica, a la que se le acerca un hombre aficionado -que no la reconoce- a corregirla en su postura y la manera que hace el swing. Pero también micromachismos como el “gaslighting”, por el cual las tomamos por histéricas, por locas, o por sentimentales; el “manterrupting” que nos lleva a interrumpirlas constantemente en una conversación como si siempre tuviéramos algo mejor que decir, y el “bropriating” por el cual nos arrogamos el derecho de apropiarnos de sus ideas.
Todo esto y muchos otros problemas siguen siendo moneda corriente en el México de hoy. Quien piense que la lucha feminista ya no tiene razón de ser, que ya las mujeres disfrutan de los mismos derechos que los hombres, que gozan de las mismas condiciones de vida, está muy equivocado. La lucha por los derechos de la mujer continúa y nos convoca también a nosotros, so pena de quedar en el lado incorrecto de la historia.
Por eso, no deja de sorprenderme la gente que critica a las que marchan o se manifiestan reclamando por mejores condiciones de vida, por el respeto a su dignidad, por su seguridad, y por algo elemental: igualdad de oportunidades, igualdad de trato, igualdad sustantiva, igualdad de resultados, o bien, simplemente igualdad.