Las aguas bajan revueltas en Argentina. Previsible. Tras la investidura como Presidente de Javier Milei, el 10 de diciembre del año pasado, después de la alegría y la esperanza que se desbordó en calles y plazas, pueblos y ciudades, ha llegado implacable la realidad. No faltó a la verdad Milei cuando declaró que el futuro inmediato traería a los argentinos condiciones de existencia más duras, que el sacrificio era necesario para empezar a remontar sin fecha definida la desesperada situación económica, que superada esta etapa la nación entraría en cierta normalidad. Las primeras medidas no se hicieron esperar al tramitar en el Congreso la “Ley Ómnibus”, paquete dirigido a reformar muchas áreas de gobierno, aprobada en lo general a finales de enero.
A principios de febrero se sometió a votación artículo por artículo. La ausencia de consenso en la aprobación de la “Ley de bases y puntos de partida para la libertad” detuvo la iniciativa del gobierno considerada indispensable para implementar su programa económico, la desregulación estatal, el combate a la inflación del 200% y el déficit fiscal. La reacción de Milei en X no se hizo esperar: “Hay sectores de la política que se resisten a hacer los cambios que el país necesita. Van a tener que explicarle a la sociedad por qué”. La negativa del Congreso sitúa a Milei frente a un contexto desfavorable en el legislativo debido a que su partido, La Libertad Avanza, es la tercera fuerza política.
A la contrariedad en la aprobación en lo particular de la “Ley Ómnibus”, se añaden protestas organizadas por sindicatos, asociaciones y partidos de orientación peronista que paulatinamente agregan a más sectores descontentos a causa de las políticas gubernamentales. La primera revuelta social tuvo lugar el 24 de enero, organizada por la Confederación General del Trabajo, Unión del Trabajo, Frente de Izquierda y de los Trabajadores. Salieron a la calle burócratas del Estado, camioneros, trabajadores de la salud, contingentes del sector de la cultura. La manifestación fue vigilada por las fuerzas de seguridad que en algunos casos usaron la fuerza contra los manifestantes. Poco a poco el descontento invade la vida pública argentina, frente al que el Presidente poco puede hacer estando atado de manos por el Congreso.
No es descartable que la violencia social aumente a instancias de los opositores al actual gobierno que ni siquiera han respetado la convención de los 100 días, medida de gracia concedida a un ejecutivo entrante antes de comenzar a evaluar su desempeño. Los adversarios de Milei maniobran agitando la calle para obstaculizar su gobierno. Aumenta a diario la presión social sobre el presidente y su gabinete.
El pesimismo y el desaliento aumentan. El desasosiego invade los hogares argentinos. Con el 50% de la población en situación de pobreza, el gobierno apenas tiene espacio para maniobrar. Los viajes del Presidente argentino a Davos, Israel, Estados Unidos, y su visita al Papa Francisco se antojan en este contexto inoportunos. Este sábado el mundo asistió al efusivo abrazo entre Donald Trump y Javier Milei durante las actividades de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC).
El argentino nunca ha escondido su admiración hacia el empresario norteamericano, pero quizás no haya sido oportuno ese gesto público. Los efectos de las políticas del presidente argentino exigen tiempo y precisamente tiempo es lo que no tiene ante una situación que se deteriora cada día.