Braque y Picasso

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Caminos opuestos, trayectorias contrarias, pero Georges Braque (1882-1963) y Pablo Picasso (1881-1973) coinciden sorpresivamente en un momento irrepetible de sus respectivas existencias a partir del que ya nada sería igual para ninguno de los dos. El francés se había iniciado como aprendiz de decorador en el negocio paterno, dedicándose a la brocha gorda que alternaba reproduciendo ilustraciones de la revista Gil Blas, hasta que ingresó en L´Ècole des Beaux-Arts de Le Havre. Concluidos los estudios, se trasladó en 1900 a París. El padre de Picasso obtuvo cátedra en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona en 1895, en que el adolescente se familiarizó con el modernismo de la hora reactivo al academicismo de la madrileña Academia de San Fernando a donde se había traslado en 1897. Viaja a París en 1900. Braque y Picasso se instalan el mismo año en la Ville Lumière y se interesan por el impresionismo de Van Gogh y el fauvismo de Matisse. Extrañamente Georges no participa en el efervescente Bateau-Lavoir, residencia para artistas situada en el número 13 de la rue Ravignan en Montmartre. Inmueble que hospedaba a Paul Gauguin, Juan Gris, Amedeo Modigliani, se transforma en laboratorio de experimentos estéticos ante la inquieta mirada de Pablo.

            Influido por el fauvismo, Braque privilegia en sus telas colores primarios para introducir poco después la condensación o el aplastamiento de la perspectiva. Picasso, reacio al fauvismo, transita entre el periodo azul (1901-1904) y el periodo rosa (1904-1907). Para ambos es tiempo de exploración y probaturas sobre límites y posibilidades del arte. Por caminos dispares desembocan en la misma novedad: el predominio de la forma geométrica por encima del color iniciando la revolución cubista. Terciando Apollinaire, se encuentran personalmente en 1907. Comienza un periodo de intensa convivencia entre Georges y Pablo. Ante Les demoiselles d’Avignon (1907), en alusión a los prostíbulos de la calle Avinyó de Barcelona aunque se adoptó por error el de la amurallada ciudad francesa, Braque se admira frente al lenguaje nuevo que inaugura las vanguardias.

            Tras la Gran Guerra en que el francés es herido de gravedad padeciendo ceguera durante dos años, su arte se aleja de la vanguardia hasta abrazar un realismo obsesionado por naturalezas muertas y pintura de paisajes a imagen de Cezánne, que alterna con la confección de collages. La amistad se enfría debido a un ataque de celos de Picasso a causa del reconocimiento que recibe la obra de Braque en la exposición parisina del Salón de Otoño de 1922. La frialdad de Picasso no fue correspondida, como expresan estas palabras de Georges Braque: “Busco concentración alrededor del fuego, lo devuelvo todo al fuego. Mi espacio se llena. Picasso la difunde y la hace brillar a partir del fuego. Proyecto, y muy lejos. Digamos, él se despliega a partir de un centro, yo me coloco alrededor de un centro”. Picasso abrasa el mundo; Braque, a sí mismo.

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