Nayib Bukele, Presidente de El Salvador, se presta para la reelección este domingo 4 de febrero. A la victoria del actual mandatario hay que agregar la mayoría en el Congreso que con toda seguridad conseguirá el partido que encabeza, Nuevas Ideas. La situación es compleja en términos democráticos. Amenaza la alternancia al imponer la hegemonía del partido único, como en su momento el PRI en México en que el autoritarismo se ejercía bajo apariencia de democracia. Mario Vargas Llosa lo calificó de “dictadura perfecta” en 1990. Consecuencia de la creciente importancia de Nuevas Ideas es la reducción de la oposición a la mínima expresión, apenas tímido testimonio de una democracia en vías de extinción. Se antoja previsible que los partidos de la oposición misma desaparezcan para limitarse a dos o tres. En realidad, este proceso encubierto de desmantelamiento topa con la necesidad de mantener unos pocos partidos destinados a mantener la ilusión democrática hacia el exterior, con objeto de que organismos internacionales no obstaculicen la deriva que amenaza dictadura.
Las encuestas sitúan a Bukele con preferencias de voto entre el 71% y el 82%. Se estima que Nuevas Ideas alcanzará 57 diputados de los 60 que conforman el Congreso. Es posible que otros dos partidos compartan escaños con los del partido del Presidente: Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). El resto, pasará a la irrelevancia y seguramente se disolverán al perder el registro si no consiguen el mínimo de votos estipulado por la ley electoral.
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Nayib Bukele goza de amplia popularidad en su país al haber conseguido ubicar a El Salvador como el segundo país más seguro de América Latina después de haber sido uno de los más inseguros. Sus políticas de puño de hierro en contra de pandillas y grupos criminales han estado acompañadas de la simpatía popular. Determinante ha sido el decreto de régimen de excepción vigente desde hace casi dos años. Pero estas medidas han sido violatorias de derechos humanos que contravienen directrices internacionales impulsadas por la ONU. Para el gobierno de Bukele, el fin justifica los medios. La evidencia muestra además el proceso autoritario en que está instalado el presidente de El Salvador que le ha llevado a modificar la constitución para reelegirse cuando impedía la reelección. Procedió a la alteración de la Carta Magna después de obtener una mayoría abrumadora en el Congreso en las elecciones intermedias, sustituyendo a los magistrados de la Sala Constitucional por otros titulares afines a su persona y a sus políticas. Las maniobras de Bukele para acaparar el poder han sido estratégicas: redujo 262 alcaldías a 44 y se eliminaron 24 escaños del Congreso para reducirse a 60 curules. Todo dirigido a limitar las posibilidades de los partidos de oposición para acceder a puestos de representación.
Sin oposición, manipulando el Congreso a su antojo, con la Sala Constitucional en sus manos, el Presidente de El Salvador ya no tiene obstáculos políticos ni legales para ejercer un poder despótico. No es descartable que las próximas elecciones sean las primeras de un largo periodo caracterizado por la simulación democrática al servicio de la voluntad de poder de Nayib Bukele.