El Café París, cuatro paredes entre el tiempo

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Los espacios generan tiempos y a menudo recordamos tiempos y no espacios o no espacios precisos. Más bien atmósferas o ambientes asociados a un espacio a veces ambiguo e inconcreto, desdibujado y fantasmal, como si la temporalidad capturara el espacio cuando es el espacio el que captura los tiempos.

El mismo espacio ofrece una experiencia temporal múltiple y diversa. Pocos locales expresan mejor estas sensaciones que el café frecuentado por toda clase de individuos. Actúa como corazón que bombea vida a parroquianos y visitantes ocasionales. Surge en el siglo XVIII, coincidiendo con el ascenso de la burguesía, imitando a los Salones de la aristocracia ilustrada. En Inglaterra se multiplicaron los Coffehouses y en París apareció el emblemático Café Le Procope. El café adopta del Salón la tertulia como actividad preferente en que se informa de novedades culturales y se debate sobre política.

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El espacio del café suprime jerarquías y distinciones sociales, opera como factor de democracia al reconocer la igualdad de los clientes que adoptan modos y costumbres ajenas a protocolos y liturgias aristocráticas. No distingue sexos mucho antes de que inicie la revolución feminista. Nivela y equipara en virtud del espacio mismo y no de determinado tiempo. Promueva un tiempo nuevo que luego se traslada a la calle. El café invita a la libertad de reunión, pues la asistencia a tertulias y conversaciones es voluntaria, sin obligatoriedad ni requisito de pertenencia o membresía de grupo. Una democracia embrionaria a la espera de la democracia efectiva.

            Muchos cafés capitalizaron la vida política y cultural de la Ciudad de México desde el siglo XIX hasta la actualidad: al Café de Manrique, ubicado en Tacuba, considerado el primero, siguieron el Cazador, el Progreso, la Concordia, Silvayn, La Princesa, Toy, el Sorrento, Las Chufas, Café del Ágora. Entre tantos, ninguna merece tanto reconocimiento como el Café París Abrió sus puertas es 1934 en la calle de Gante para trasladarse más tarde a dos domicilios situados en 5 de Mayo. Marco Antonio Campos indica que “el primero de los 5 de Mayo era una suerte de galerón y el segundo tenía forma de escuadra o ángulo de 90 grados”.

En su interior saturado de una densa atmósfera de humo se reunieron de manera ininterrumpida los Contemporáneos, barandales, muralistas, los integrantes de Taller, El Hijo Pródigo, Letras de México, exiliados españoles y europeos. Grupos rivales y enfrentados convivían y departían en sus mesas con naturalidad. Asomaba Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Octavio G. Barreda, Octavio Paz, José Clemente Orozco, Carlos Luquín, Luis Cardoza y Aragón, León Felipe, José Moreno Villa, Ermilio Abreu Gómez, Silvestre Revueltas. Se citaban cada día entre las tres y las seis de la tarde. A mitad de los años cincuenta el París comenzó a declinar hasta desaparecer en 1984, aunque había muerto al arte y la literatura mucho antes.

            Octavio Paz deja un recuerdo emotivo: “Salimos del Café París a la ya desde entonces inhospitalaria Ciudad de México con una especie de taquicardia, no sé si por exceso de cafeína o por la angustia que todos, en mayor o menor grado, padecíamos. A veces, con Moreno Villa y León Felipe o con Barreda y José Luis Martínez -recién llegado de Guadalajara- paseábamos por la ciudad […] Anochecía, los amigos se dispersaban y todas aquellas palabras inteligentes, apasionadas o irónicas se volvían un poco de aire disipado al doblar una esquina”. El París es emblema de la importancia del café para la convivencia, en que idearios e ideologías se subordinaban a la urbanidad del trato, en que la cortesía presidía la diferencia. Esa politesse se debía a sus clientes, pero ante todo a un espacio que se regía por estricto código en que igualdad y respeto se sobreponían a la cólera ideológica de ese tiempo.   

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