Zush, la carcajada de la locura

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Zush esconde el nombre del barcelonés Albert Porta (1946), pseudónimo adoptado a raíz de la exclamación que profirió un esquizofrénico internado en el hospital frenopático de la Ciudad Condal, donde el pintor se albergaba entonces, el mismo centro psiquiátrico en el que por esos años fue ingresado el poeta Leopoldo María Panero. A partir de la adopción del sobrenombre, Zush comenzó un itinerario artístico que dejaba atrás en definitiva el pop art en que se había iniciado. Sin encasillarse en ninguna corriente o tendencia predominante, ideó en primer lugar un espacio imaginario desde donde encauzar su vitalidad artística; un ámbito al que llamó Evrugo Mental State, desde el que se lanzó a una tarea de mestizaje de elementos expresivos, técnicas de expresión y soportes, consiguiendo un lenguaje personalísimo que combinaba por igual automatismo y linealidad, uso de computadoras y laca de uñas con internet, tela o papel. Los cuadros de Zush elaborados desde el espacio mágico de Evrugo ofrecen un paisaje visual que tiene en el cuerpo humano su tema preferente, telas donde las vísceras y partes del cuerpo humano se vinculan entre sí al arbitrio del artista, o quizá al dictado visionario de su ámbito ideal. Hasta cierto punto es explicable esta fascinación por los órganos, vísceras y humores del cuerpo humano si se dice que el artista es deudor de parte de la estética impulsada por el grupo del Dau al Set, que confería una fuerza sanadora al arte. Como Salvador Dalí que creía en el método paranoico crítico, el barcelonés sistematiza su propia poética a la que denomina PsicoManualDigital; vocablo constituido por tres términos que corresponde a tres líneas vertebrales de su propuesta plástica.

Zush ha construido un discurso artístico personal, pero tampoco hay duda de la notable influencia del surrealismo de los años precedentes a su aparición en el escenario cultural. Es evidente la presencia del grupo catalán Dau al Set, surgido a fines de la década de 1940, que postulaba a la vez la estética surrealista y la tradición de la pintura catalana. El bautismo del grupo se debió a la revista del mismo nombre, dirigida por Joan Ponç, quien la dotó de un interés sin precedentes por lo mágico, hasta el punto de definir la publicación como una plataforma “cuya esencia era lo mágico”. En sus páginas aparecieron Tàpies, Cuixart o Tharrats. En el caso particular de Zush, el surrealismo adopta diversas manifestaciones que lo vinculan de una manera indisoluble al movimiento. Someramente, el catalán ensaya ámbitos, técnicas y materiales ya indagados por el surrealismo: el subconsciente, los sueños, el juego con diferentes elementos plásticos, el collage, la conciliación lúdica de materiales extraños, etc.

En “54 imágenes apalabradas” presenta un discurso entre lo autobiográfico y lo onírico, en que las palabras no pretenden explicar la imagen que acompaña al fragmento sino, más bien, multiplicar el sentido de lo impreso. No hay sometimiento de la palabra a la ilustración o viceversa. Cada lenguaje indaga en aspectos distintos de las diferentes etapas que se suceden a partir de estas 54 ilustraciones. Los fragmentos desconciertan en un primer momento, pero es necesario atender el espíritu lúdico del autor, asociado a ese humour de raigambre surrealista, que el Romanticismo llamó witz. A veces la locura se carcajea en su cordura de la presunta cordura de la cordura.

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