El domingo 10 de diciembre Javier Milei asumió la presidencia de Argentina. La escena de recepción de la banda y el bastón presidenciales tuvo algo grotesco. Alberto Fernández le traspasó la insignia como nuevo presidente después de cuatro años de ausencia con las maletas recién empacadas para trasladarse a España.
Tras Milei, la vicepresidenta Victoria Villarruel prestó juramento y Cristina Fernández de Kirchner le cedió el control de la Asamblea Legislativa. El traspaso de poderes se efectuó entre rivales, entre fuerzas contrarias, entre movimientos que entienden el poder de modo opuesto.
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El peronismo concentrado en ampliar sus bases clientelares sin importarle el costo económico para el país, interesado únicamente en aumentar la cuenta corriente de sus representantes a costa del bolsillo de los argentinos, irresponsable en el manejo de las finanzas públicas hasta generar un 50% de pobres en Argentina; y el representante de la Libertad Avanza, preocupado en exclusiva en rebajar la deuda del país, recuperarlo económicamente, estabilizarlo de momento para iniciar una recuperación que se antoja complicada y no exenta de sacrificios.
Sus primeras palabras no fueron nada halagüeñas a excepción de fiar la suerte de la nación a un futuro que redituará favorablemente si las cosas se hacen bien. No faltó la enmienda al pasado: “Hoy comienza una nueva era en Argentina. No hay vuelta atrás». «Hoy enterramos décadas de fracasos, peleas intestinas y disputas sin sentido”.
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Llamada a la unidad nacional, pero también proclama de regeneración nacional imprescindible para acometer las reformas por venir. A pesar de las críticas vertidas hacia Milei en los días previos, el nuevo presidente ha demostrado talante político, rebajando el tono de sus declaraciones, buscando complicidades con socios de gobierno, llamando a los argentinos a transformar el país. La polarización de la campaña se ha esfumado de repente.
Concordia y reconciliación han predominado en el discurso del presidente electo. No ignora la realidad, ni desconoce las causas de la debacle que sitúa de manera visible en la clase política, pero sabe que necesita de todos para impulsar las nuevas políticas. El pragmatismo se ha impuesto a la crítica y la confrontación: “No hay plata. No podemos endeudarnos, no podemos emitir y no podemos seguir asfixiando al sector privado con impuestos.
No hay alternativa al ajuste y no hay alternativa al shock”. Milei no engaña, radiografía con realismo la postración del país, pero tampoco se abandona a la desesperanza prescribiendo la receta para el futuro inmediato: “la propiedad privada, los mercados libres de intervención estatal, la libre competencia, la división del trabajo y la cooperación social”.
Todo un programa liberal en lo económico que no olvida la cohesión social. Milei propone un cambio radical del modelo desarrollo social y económico. Para eso, es necesario demoler las viejas práctica y vicios de un sistema exhausto cuyo recorrido ha terminado de la peor manera.
De momento, envía gestos a los argentinos: reducción a más de la mitad al gabinete del Ejecutivo, supresión de las pautas dirigidas a la prensa para comprar voluntades, reducción de ayudas económicas destinadas a grupos alineados con la ideología de género.
Desde hace unos días, la dolarización no aparece como la medida decisiva. Milei pide paciencia y Argentina necesita ser paciente. La pregunta es si gobernantes y gobernados se darán el tiempo para que los ajustes comiencen a ser visibles.