Instintivamente aparece un impulso que tiende a reducir a categorías el pavor que causa el barullo de la realidad. Se acuñan así dicotomías que confortan en lo intelectual pero distanciadas de lo real. Se trata de un mecanismo especulativo que pretende ordenar o clasificar lo que carece de orden o clasificación, pero aporta seguridad ante el mundo. A veces estas parejas de opuestos resultan afortunadas, aunque sean imprecisas, y se adoptan como verdaderas cuando no residen en ninguna verdad. En todo caso, se privilegia la funcionalidad sobre el rigor. La solvencia de una idea se adapta mejor a la funcionalidad que al rigor puesto que la funcionalidad impulsa una idea a contrapelo de su idoneidad, mientras que el rigor exige una atención que limita su propagación. Isaiah Berlin (1909-1997) formuló una afortunada dicotomía en su ensayo El erizo y el zorro (1953). Propone una reflexión sobre el conocimiento a partir de un fragmento conservado de Arquíloco: “Muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una y grande”. Aparentemente opone el especialista al intelectual, el orden a la curiosidad, la unidad a la dispersión. El letón enfrenta dos tipos de artistas y pensadores: quienes levantan una idea central de la vida en torno a la que se ordena todo y quienes se mueven atraídos por la multiplicidad del mundo, incapaces de rendirse a una directriz totalizadora contraria a la pluralidad y diversidad.
Opinión
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Al inicio de su opúsculo Berlin registra: “existe un gran abismo entre, por un lado, quienes lo fían todo a una visión central única, a un sistema más o menos coherente o articulado a partir del cual comprenden, piensan y sienten —un principio organizador singular y universal que es lo único que da sentido a todo cuanto son y expresan— y, por el otro, quienes persiguen múltiples objetivos, a menudo sin relación entre sí o incluso contradictorios […] sin relación con ningún principio moral o estético”. El primer tipo pertenece al erizo; el segundo, al zorro. Erizos son Dante, Platón, Lucrecio, Dostoievski, Nietzsche, Proust; zorros, Shakespeare, Aristóteles, Montaigne, Goethe, Pushkin, Balzac, Joyce. Un reflejo a esta dicotomía es la distinción que también establece entre libertad negativa y libertad positiva. La primera es un concepto individual en que reside la creatividad artística e intelectual y considera que el poder y la autoridad amenazan la libertad. La segunda pretende apropiarse de la libertad negativa argumentando que la decisión de un individuo sobre su destino está subordinada al interés social. La libertad negativa se asienta sobre lo que diferencia a los ciudadanos, la libertad positiva subraya las semejanzas. El zorro exhibe la libertad negativa; el erizo, la positiva. Pero la clasificación no se ajusta estrictamente a la realidad como también demuestra Berlin: Tolstoi es un erizo que no renuncia a ser zorro o un zorro que no rechaza ser también erizo.
Mario Vargas Llosa concluye que “disfrazado o explícito, en todo erizo hay un fanático; en un zorro, un escéptico”. Pero ni el fanatismo ni el escepticismo son inmutables, reactivos a la posibilidad de dejarse seducir por la actitud contraria. El anhelo de orden se enturbia atraído por el caos y la confusión en ocasiones aspira a un orden que la vuelva habitable. La dicotomía conforta pero simplifica demasiado en su funcionalidad como para no mostrar reparos sobre su rigor. La brillantez del hallazgo no debería impedir la aceptación de sus limitaciones que no ensombrecen la brillantez del hallazgo.