La intervención de Estados Unidos evitó el colapso de Milei

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Queda al descubierto la fragilidad estructural del modelo libertario y el poder del miedo como herramienta electoral.

La elección legislativa del 27 de octubre en Argentina no solo redefinió el mapa político, sino que expuso con crudeza la vulnerabilidad de un gobierno que, sin la intervención directa de Estados Unidos, se encaminaba hacia un colapso financiero y político.

En los días previos, el riesgo país superaba los 2.500 puntos, el dólar paralelo rozaba los 2.000 pesos y los mercados descontaban una derrota oficialista que podía desatar una crisis de gobernabilidad.

La intervención fue quirúrgica y sin disimulo. El Tesoro estadounidense, bajo la dirección de Scott Bessent, inyectó más de 1.000 millones de dólares en el mercado cambiario y activó un swap por 20.000 millones, estabilizando el peso y frenando la corrida.

En paralelo, Barry Bennett operó políticamente sobre empresarios y dirigentes para contener la desbandada institucional. El mensaje fue claro: sin respaldo electoral, no habría manera de salvar. Trump lo explicitó sin rodeos: “Los argentinos se están muriendo… no tienen nada” .

Este ultimátum, lejos de generar rechazo masivo, funcionó como un disciplinador social.

En una sociedad golpeada por la recesión, el desempleo y la inflación acumulada, el miedo al abismo pesó más que la indignación. Según Aresco, el 75% de los argentinos afirma que les cuesta más llegar a fin de mes que en 2023. La producción industrial cayó 4,4% interanual en agosto y las ventas en supermercados bajaron por cuarto mes consecutivo. En ese contexto, la amenaza de caos fue más efectiva que cualquier promesa de cambio.

En ese contexto existe una paradoja… Milei ganó no por sus logros, sino por el temor a lo que podía venir sin él. Su ajuste fiscal logró reducir la inflación mensual al 1.5% en mayo, pero a costa de una caída del consumo, del empleo y de la cohesión social  La informalidad laboral supera el 40% y la deuda en pesos de corto plazo se disparó, elevando las tasas de interés a niveles insostenibles. El modelo libertario, que prometía libertad, terminó dependiendo de un rescate condicionado y de una narrativa de emergencia.

La oposición, confiada en una derrota oficialista, optó por “hacer la plancha”. Pero subestimó el poder del miedo. La consigna Braden o Perón, que alguna vez movilizó el rechazo a la injerencia extranjera, esta vez no prendió. La doctrina del shock, como la describió Naomi Klein, se activó con precisión quirúrgica. “Una sociedad vulnerable, sometida a la incertidumbre, acepta el chantaje como salvación”.

Lo que queda es una democracia tutelada por intereses externos, un gobierno que sobrevive por intervención y un electorado que vota con el estómago más que con la memoria. La fragilidad no se resolvió; solo se postergó. Y el miedo, una vez más, fue el gran elector.

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