¡Se hizo la carnita asada!

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¡El asador como tribuna! ¡Eso sí que fue innovador! El pasado sábado 17 de mayo, Mexicali no solo ardió por su calor acostumbrado, sino por una razón mucho más sabrosa: una mega carne asada tomó el Centro Cívico de la ciudad. Pero no se trató de una fiesta cualquiera. Esta parrillada masiva fue, en realidad, una manifestación política ingeniosa y provocadora. ¿El objetivo? Poner en evidencia —con bastante salsa— el descontento de miles de cachanillas con el gobierno de Marina del Pilar Ávila.

Sí, leyó usted bien. En el norte, la protesta no se lanza sobre barricadas y policías, sino sobre los asadores. Y es que en una región donde la carne asada es casi patrimonio cultural, no podía haber símbolo más elocuente, ni mayor motivo de unidad. Como sonorense lo sé muy bien: la carne asada es una de las cosas que más nos unen a los norteños. 

En ese contexto la táctica fue clara: si no escuchan nuestros reclamos, que vean nuestras señales de humo. Fue un acto de protesta cívica con sabor local. La ciudadanía hecha presente convirtió el acto cotidiano de compartir el asador en un grito colectivo: “ya basta”.

¿Basta de qué? Basta del desdén con el que se gobierna Baja California. Basta de dejar paso franco a la delincuencia, sea por negligencia, sea por connivencia, pero ya basta. Basta de la persecusión a comunicadores. Basta de la opacidad en el uso de los recursos. Y sobre todo, basta de frivolidad; basta de gobernar con sonrisa linda y cabeza hueca.

Habría que reconocerlo: Marina del Pilar llegó al poder con una imagen fresca, joven, de renovación. Pero a cuatro años de su gestión, ese aspecto no solo se ha desgastado: huele a quemado. Y no precisamente a carne bien cocida, no. El discurso alegre y edulcorado se topa ahora con una realidad cada vez más áspera: inseguridad, desorden administrativo, favoritismos,veleidad. Las promesas de campaña se esfuman como el humo de un mal asador que no termina de prender, y aquella imagen de renovación, no le alcanza ahora ni para renovar su visa. La notificación que el gobierno de Estados Unidos le hizo para informarle de la cancelación de su visa, hizo levantar la ceja a todo bajacaliforniano que sabe que para que los gringos te hagan eso, es porque “algo hay”. Digamos que con ese solo hecho, de golpe y porrazo perdió la confianza de la gente y detonó un repudio generalizado, que sumado a su mala gestión, puede ser el punto de inflexión que saque a Morena del lugar.

Por otra parte, la mega carne asada fue también una lección de civismo. Frente a un gobierno que no está a la altura de la sociedad a la que gobierna, la ciudadanía respondió con un evento abierto, familiar, pacífico… y sabroso. No hubo piedras, ni gritos, ni patrullas. Tampoco acarreados, o despensas, o tortas y frutsis, o amenazas. Hubo arrachera, sirloin, costilla, y un que otro ribeye. Y sobre todo, hubo comunidad. La sociedad cachanilla le ha dado una enorme lección a México entero.

Ese es quizá el punto más poderoso de esta singular protesta: fue un reencuentro ciudadano. En un país donde la protesta suele ser criminalizada, transformarla en convivencia fue un acto profundamente disruptivo. Quienes asistieron querían decir algo, juntos. Y lo dijeron sin estridencias, sin violencia. Con carbón y carne. Con tortillas y razones.

Eso sí: que el tono haya sido festivo no implica que el fondo no sea serio. Marina del Pilar haría mal en minimizar la protesta como si fuera la parrillada de unos cuantos inconformes. Lo que ocurrió en Mexicali fue un termómetro del hartazgo ciudadano, un recordatorio de que hasta la paciencia más noble —como la del bajacaliforniano— tiene un límite.

En tiempos donde el poder suele minimizar y descalificar la protesta, la mega carne asada de Mexicali fue una oda al ingenio democrático y el recordatorio de que la gente puede estar tranquila, pero no tonta; puede aguantar mucho, pero no todo. En Mexicali algo ha quedado claro: cuando el gobierno no sirve… es la gente la que echa la carne al asador.

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