La elección de Robert Francis Prevost como Papa León XIV puede analizarse e interpretarse tanto desde el punto de vista propiamente religioso, o mejor dicho, eclesiástico, como desde la óptica política y geopolítica. Veamos:
1. Desde lo eclesiástico, habría que empezar por entender su perfil espiritual e intelectual como un agustino de formación, es decir, como un hombre con una espiritualidad que gira en torno a la interioridad, al discernimiento y a la búsqueda de la verdad, lo cual puede influir en un papado más reflexivo y menos mediático, aunque no desconectado de la realidad y del presente.
En este sentido, implica una forma de continuidad con el pontificado de Francisco, de quien fue considerado un colaborador leal, formado en su mismo espíritu pastoral de cercanía con la gente.
La experiencia de Prevost en América Latina (fue obispo en Perú) también lo alinea con la visión de una Iglesia menos clerical y más comprometida socialmente. De hecho, la selección de su nombre como León XIV parece ser un homenaje a León XIII (1878–1903), conocido por abrir la Iglesia a la modernidad desde una óptica social, y que redactó la influyente encíclica Rerum Novarum que inauguró la Doctrina Social de la Iglesia. Este gesto puede anticipar la centralidad que estará tomando el compromiso social de la iglesia, especialmente en temas como la desigualdad, la migración, y el trabajo.
Pero el nuevo Papa tiene también un claro perfil institucional que le permite encontrar un equilibrio entre la ortodoxia y la apertura. Como prefecto del Dicasterio para los Obispos, conoce a fondo la realidad del episcopado mundial. Esto le da herramientas para consolidar la reforma de la Curia, renovar liderazgos y fortalecer el perfil pastoral de los obispos.
2. Ahora bien, desde el análisis político y geopolítico hay que tener en cuenta que si bien es originario de los Estados Unidos, lo que facilita cierto grado de entendimiento con el trumpismo, su identidad eclesial es más latinoamericana que estadounidense. Su episcopado de casi dos décadas en Perú la marcó profundamente al presenciar de primera mano la desigualdad, la violencia, el desplazamiento forzado, el extractivismo, etc. Esto le podría permitir ser un puente entre el Norte y el Sur global, aprovechando un diálogo fluido con Estados Unidos, pero desde una posición crítica de los extremismos.
De hecho, su posición podría representar un punto medio entre los sectores progresistas y conservadores como polos ideológicos internos. No es un radical del ala liberal, pero tampoco un nostálgico del integrismo. Podría reconstruir la unidad interna en medio de las tensiones no resueltas marcadas por movimientos tradicionalistas o episcopados críticos como el de los Estados Unidos.
Con tales características, en su agenda serían esperables políticas de continuidad respecto de lo emprendido por Francisco en materia de diálogo interreligioso; de revisión del perfil del episcopado y de la formación sacerdotal hacia la acción pastoral, entendida como una actividad cercana a la gente; de la sinodalidad como forma de gobierno eclesial, entendida como el discernimiento comunitario en el que todos los miembros de la iglesia –laicos y religiosos- toman parte activa en su vida y decisiones, pero con acentuación importante en temas de justicia social, migración, y medio ambiente, asunto este último, en el que también Francisco hizo un importante aporte con su encíclica Laudato, Si’, sobre el cuidado de la casa común.
En suma, el pontificado de León XIV podría consolidar el legado de Francisco, pacificar las tensiones internas y apuntalar una Iglesia socialmente más comprometida y culturalmente más tolerante.