Ultraderecha y progresismo

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El baile de palabras en política casi siempre se dirige a estigmatizar al adversario. En la
actualidad, la confusión incorpora prejuicios que no resisten una mirada detenida. A veces
hacen fortuna aunque sólo contribuyen a mayor confusión. La demagogia léxica, cuando no
mentira flagrante, se instala ampliamente en el discurso público. Curiosamente, periodistas y
medios de comunicación adoptan arbitrariamente esa terminología contribuyendo al
desprestigio de la democracia y a la decepción de lectores y espectadores avisados. Da la
impresión de que una gran maquinaria se empeña en extraviar al ciudadano formulando
consignas o calificativos que deforman la realidad. Es cierto que nadie se enfrenta a la realidad
como un todo, sino a fragmentos de realidad, pero eso no impide la tentativa por apegarse a lo
verificable. Las elecciones en México de 2024 se difunden como un dilema entre progresismo y
ultraderecha. La izquierda se asume progresista sin justificación alguna, entendiendo
progresismo como lo asociado al progreso, motor de la modernidad. Siendo discutible que el
progresismo sea consecuencia del progreso, se antoja más polémico que la izquierda represente
ese progresismo. No hay ninguna razón para considerar progreso a los puntos que defiende la
agenda progresista. Menos aún para asociarlos a la izquierda puesto que están consignados en
la agenda 2030 a la que se ha plegado derecha e izquierda.
La maniobra publicitaria, no obstante, ha conseguido su propósito al aprovechar la
polarización de la sociedad. A priori, si el progresismo es bueno, la izquierda es buena.
Traslación o contaminación semántica falaz y tramposa. La derecha ha sido incapaz de
enfrentar esta apropiación renunciando a denunciar el sofisma o a realizar una crítica de fondo.
Por el contrario, la izquierda muestra sus habilidades al motejar cualquier opción de derecha
como ultraderecha. La intención no es situar en un extremo a una alternativa de derecha
(liberal, conservadora, patriótica) sino relacionarla con el fascismo y el nazismo recurriendo
nuevamente a la contaminación semántica. Esta simple maniobra descalifica a cualquier partido
de derecha como alternativa legítima en una democracia. Un partido de derecha se enfrenta a
doble trabajo en una campaña: liberarse del estigma autoritario y competir en igualdad. Esta
situación crítica exhibe la falsedad de la premisa: un partido de derecha no es ultraderecha, así
como una alternativa de izquierda no es extrema izquierda o comunista.
López Obrador defiende y ayuda económicamente a las dictaduras y autoritarismos
latinoamericanos actuales o pasados: Cuba, Perú, Argentina, Nicaragua, Venezuela. En sentido
estricto Morena pertenece a la extrema izquierda porque es aquí en donde Andrés Manuel ha
decidido situarse. Pero no proclama su extremismo sino su progresismo. El PAN es un partido
con generosas aportaciones a la democracia mexicana a lo largo de la historia. En la actualidad,
es considerado un partido de ultraderecha, seguramente porque no hay otro partido de
derecha. Pero su espíritu democrático es inobjetable a diferencia del autoritarismo e
intransigencia de Morena. Los medios de comunicación contribuyen a este deterioro
democrático, a esta falta a la verdad, a esta confusión. La izquierda no es progresista y la
derecha no es ultraderecha.

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