La ocupación alemana de Francia durante la segunda guerra mundial pudo ser un dolor de cabeza que los franceses despacharon con esa enjundia habitual que los ingleses admiran. La propaganda hizo el resto. Las instantáneas de la época captan el entusiasmo y el fervor de los parisinos al asistir a la ceremonia marcial que los regimientos de la Wehrmacht lucieron desfilando bajo el Arco de Triunfo. Una vez que las tropas se retiraron, comenzaron a surgir voces que se atribuían su participación en la Resistencia, cuando la Resistencia apenas fue relevante como fuerza dedicada al sabotaje contra los invasores a pesar de los esfuerzos por reivindicar sus gestas imaginarias. Quizás por interés o quizás por oportunidad, la ideología nazi suele reducirse a Alemania, como si no hubiera prendido en Bélgica, Holanda, Noruega, Finlandia, Inglaterra, España y Francia. Tampoco fue una doctrina original de Alemania, cuyos antecedentes se localizan en Estados Unidos, países escandinavos e Italia. Artistas e intelectuales franceses acogieron con devoción la cruz gamada por diferentes causas: unos porque profesaban el ideario antes incluso de que Hitler llegara a la cancillería; otros porque detectaron la oportunidad de medrar en lo social y económico al servicio de los imponentes uniformes. A todos se les calificó de colaboracionistas, pero unos fueron sólo sobrevivientes mientras otros nazis convencidos. El término colaboracionismo operó como estigma en lo inmediato, pero poco después pasó a crear una ambigua y confusa bruma en que la militancia ideológica se desdibujaba frente al oportunismo y el oportunismo ante la necesidad. El eufemismo aligeraba el peso de la culpa y disipaba la tragedia de una nación. Algunos de los que raparon el cabello de las amantes de soldados y oficiales alemanes estuvieron presentes saludando con el brazo extendido la entrada de los ejércitos de ocupación en París la calurosa mañana del 14 de junio de 1940.
El intelectual Lucien Rebatet (1903-1972), destacó en 1929 con artículos de melómano y asunto cinematográfico que firmaba con el seudónimo François Vinneuil para la revista L’Action Française de Charles Maurras que merecieron la admiración de otro joven crítico, François Truffaut. Esteta reaccionario y crítico implacable, su afinidad con el nacionalsocialismo le abrió las puertas de Je suis partout, emblemática publicación que simpatizaba con el fascismo, en que colaboró entre 1932 y 1944. Pronto se significó por un fanático antisemitismo. En un periodo que se balanceaba entre el elitismo y la trinchera, su estilo optaba por un punto medio en que lo fluido no rechazaba lo corrosivo y que destacaba en la redacción de panfletos cáusticos que por momentos superaban las expansiones de Louis-Ferdinand Céline. Temperamento apasionado, podía adoptar la rabia desdeñosa del calculador que no ocultaba del todo un resentimiento bilioso y amargo que algo tenía de provinciano. Entre sus títulos, destacan Le Bolchevisme contre la civilisation (1940); Les Tribus du cinéma et du théâtre Paris (1941), libelo que postula “desjudaizar” el cine francés; el polémico panfleto Les Décombres (1942), dirigido a fomentar el antisemitismo y a criticar el sistema político de la Tercera República con una declaración expresa de profesión de fe en el fascismo; la novela autobiográfica Les Deux Étendards (1951); y la brillante Une Histoire de la musique (1969).
Rebatet no fue colaboracionista, sino fascista; no se escondió, sino que hizo profesión pública de devoción al ideario nacionalsocialista; se declaró abiertamente antisemita; criticó la Tercera República de manera vitriólica e infatigable. En realidad, calificarlo de colaboracionismo es injusto porque no colaboró sino que fue actor principal del nazismo francés antes de que los alemanes entraran en París y también cuando la moneda estaba suspendida en el aire girando sobre sí misma sin que nadie supiera de qué cara caería. En 1945 fue arrestado en Austria y, en 1946, juzgado en París ante un tribunal que le sentenció a muerte, conmutada por un periodo de trabajos forzados quedando en libertad en 1952. Póstumamente se publicó en dos volúmenes Les Mémoires d’un fasciste (1976), que incluye Les Décombres. No parece que antes de su muerte hubiera renunciado al fascismo aunque rectificó su atisemitismo.