Muchas veces paredes y muros de locales y casas son testigos mudos de un tiempo en marcha que absorbe en cada etapa conversaciones y vivencias. Compañía silenciosa a la que casi nunca se presta atención en cuyo interior se escribe la historia de sucesivos individuos y grupos, ajenos a esas presencias que registran voces y pensamientos en adobe y ladrillo. En otras ocasiones, las menos, se aprecia en algunos espacios una resistencia a dejarse permear por el transcurso del tiempo, firmemente establecidos en ese periodo en que consiguieron fama, reactivos al cambio, indiferentes al paso de los años. Locales que por azar adquirieron una notoriedad que rechazan perder, replegándose constantemente a esos momentos originarios, reactivos a otra atmósfera que no sea la que los situó en la historia de manera visible. El cliente habitual o el turista prevenido visita ese establecimiento envuelto en una liturgia que lo proyecta hacia ese pasado, cuyo objeto en exclusiva es revivir esa atmósfera porque no puede experimentarse otra cosa que esa atmósfera. Espacios muy actuales no porque abracen la actualidad sino porque albergan la expectativa de un regreso al pasado en la actualidad. El café Els Quatre Gats, ubicado en el barrio gótico de Barcelona, pertenece a esta clase de locales.
Su primera época apenas duró seis años, entre 1897 y 1903. En su recinto se reunió lo más nutrido del modernismo catalán a cuyos artistas se debió la apertura del café. La nómina es significativa: Santiago Rusiñol, Ramon Casas, Pompeyo Gener, Joaquín Mir y Miquel Utrillo. Rubén Darío recuerda a Pere Romeu, propietario del establecimiento, “alto, delgado, de larga melena, tipo del Barrio Latino parisiense, y cuya negra indumentaria se enflora con una prepotente corbata que trompetea sus agudos colores, no sé hasta qué punto pour épater le bourgeois”. Era habitual toparse con Pablo Picasso, Joaquín Torres García, Ricard Opisso, Isaac Albéniz, Antoni Gaudí. La rutina de Els Quatre Gats transcurría entre tertulias, veladas y exposiciones de arte. Se distinguió por el teatro de títeres y las sombras chinescas. Se socia su ambiente con Le Chat Noir que destacaba por actuaciones de cantautores y espectáculo de sombras. El dueño del cabaret fue el artista Rodolphe Salis que Darío equipara con Pere Romeu: “Los Cuatro Gatos son algo así como un remedo del Chat Noir de París, con Pere Romeu por París, un Salis silencioso, un gentilhombre cabaretier que creo que es pintor de cierto fuste, pero que no se señala por su sonoridad”.
Els Quatre Gats es metáfora del modernismo catalán aunque se antoja más ajustado decir que es el modernismo catalán. Su significado no se vincula sólo con el renacimiento de la cultura catalana, sino también con ese renacimiento en contraste con la postración de España a causa del desastre de 1898. El café representa al pueblo catalán, indiferente a la tragedia española, involucrado en su propio futuro. Concentró expectativas y esperanzas estrictamente catalanas, un airón dentro del vendaval nacionalista de entonces, pero natural y espontáneo. Els Quatre Gats es también la expresión de un pueblo al asalto de la modernidad en un momento determinado, que permanece idéntico al que fue, resistiendo el embate del tiempo porque su tiempo se congeló para siempre.