A qué le cantamos los latinoamericanos

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Una revisión rápida a las principales listas de plataformas de streaming, o a las y los ganadores de los Grammys Latinos en los últimos años dan la cuenta de algo que ya sabemos: al amor, a hipersexualización y a la aspiración que nos representa el narcotráfico.

En un reciente artículo de Dahlia de la Cerda para el diario El País, la escritora nos invita a escuchar qué están diciendo las juventudes latinoamericanas en las letras, y la popularidad, de alguien como Peso Pluma, cuya presencia en el festival Viña del Mar, a celebrarse en marzo, ha estado en debate.

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Por otro lado, el avasallamiento del reggaetón no es cosa menor: en 2019, la venta de música a nivel mundial arrojó una cifra de 8.9 mil millones de dólares; el reggaetón y los ritmos latinos ocupaban el 34% de esas ventas. Y cuando a México vino el cantante Bad Bunny (uno de los “románticos” del reggaetón) en 2022, la reventa de boletos presentó costos de hasta 30 mil pesos. Hace menos de dos años, también El País publicaba un reportaje sobre el enganche de las generaciones más jóvenes con el BDSM. 

Los pasados 1 y 2 de febrero la cantante de pop y regional mexicano Yuridia se presentó en el Auditorio Nacional como parte de su gira “Pa luego es tarde”. Ambos días hubo casi un lleno total. Lo interesante de su propuesta: no solo se trata de una mujer que no le canta al amor, sino al desamor, en un país feminicida; sino que, además de eso, se hace acompañar de ellos: a su lado, Carín León y sonidos de la Banda MS.

¿Por qué el desamor, la hipersexualización y el corrido tumbado son nuestra agenda? Porque esa es nuestra realidad. Y es la realidad de miles de jóvenes a lo largo y ancho de una América Latina que en Argentina está peleando por no ver desmantelados años de lucha postdictadura; y en El Salvador le entregan el gobierno a un presidente involucrado con el crimen organizado a nivel internacional, que promete riqueza a partir de bitcoins.

La de Latinoamérica, como cantaba René Pérez, de Calle 13, citando a Galeano, es la realidad de un pueblo “sin piernas, pero que camina”. Y que necesita de buenas dosis de sentido para poder seguirlo haciendo en medio de un contexto como el que se tiene. Es la realidad de un continente que tiene las “venas abiertas”, y que tiene hoy, en sus juventudes, mucho qué hacer respecto a un trabajo de memoria y reconstrucción de tejido social.

Quizá le cantamos al desamor, porque del amor ya fue suficiente en un contexto de desigualdad, precarización y violencia, que simplemente no permite establecer relaciones sanas. Quizá le cantamos a la hipersexualización porque, en ausencia de relaciones sanas, lo que tenemos es una cultura centrada en el sexo, especialmente en el “sexo rudo”, para poder decir que seguimos relacionándonos y que podemos sentir, aún si sentir se parece más al dolor y al sufrimiento, que a la alegría; pero nos gusta, porque es “elegido”.

Quizá coreamos el corrido tumbado porque a éstas, nuestras generaciones, su forma de arrojarse a la palestra pública luego de años de culturas dictatoriales perfectas (no, la dictadura perfecta no es una forma de gobernar, es en qué se para para hacerlo), fue a través de lo que representa el narco: el dinero, los carros, las mujeres que llueven, la guerra ganada contra los otros porque, hoy, ya somos poderosos. 

Y, porque quizá también, la culpa no es de “la chaviza”: es de quien la educó.

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