En 1651, Thomas Hobbes publicó un libro llamado “El leviatán”. En él, el autor explicaba que el ser humano es fundamentalmente egoísta y que la existencia de un Estado absolutista responde a la necesidad (que compara con un ser bíblico) de los seres humanos en sociedad de ser “dominados”.
Hace 30 años el país enfrentaba una de las crisis más importantes que a nivel social, económico y político ha encarado. Vivía una de las debacles económicas más fuertes en su historia; el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se alzaba desde las montañas de Chiapas, uno de los estados más azotados por la pobreza a nivel nacional, escupiendo sobre la democracia institucionalizada que “un mundo sin ellos” no podía seguirse construyendo desde las urnas de la ciudad.
Los indígenas, los oscuros: esos a los que hoy desdeñan tanto las personas en la ciudad; esos, los hoy convertidos en los mestizos más oscuros de las ciudades, los de las periferias a los que no alcanza para las rentas en los centros de poder que, paradójicamente, son las alcaldías donde los blancos gobiernan, donde los blancos viven, desde donde la riqueza acumulada crea campañas.
1994 estuvo marcado también por el asesinato del PRI a su propio candidato, Luis Donaldo Colosio, quien fuera el primer Secretario de Desarrollo Social y a quien la gente seguía por sus ideas y por la esperanza que buscaba transmitir con sus palabras. No así quienes, desde adentro de uno de los partidos más corruptos y antidemocráticos de México, el PRI, decidieron matarlo el 23 de marzo de aquel año, en el centro de una campaña enfocada en los más pobres.
A un día de que inicien las campañas por las elecciones “más grandes en la historia del país”, en la que la ciudadanía elegirá presidente, senadores, diputados, y también se renovarán gubernaturas en nueve estados, congresos locales, ayuntamientos y alcaldías. 20 mil 375 cargos en total, tenemos, hasta ahora, 20 candidaturas terminadas porque, el verdadero ganador de estas elecciones, al parecer, será el crimen organizado: a los candidatos los están matando.
Escribía la periodista de El País, Carmen Morán, en el contexto de la que denominaron “Marcha por la democracia” que México “no termina de digerir la alternancia en el poder”. A punta de balazos, bots, guerra sucia, “chapulineo”, corrupción y una serie de elementos cuestionables entre equipos de campaña y propuestas inconclusas, iniciarán las campañas para el Proceso Electoral 2023-2024 el día de mañana. El país poco democrático que teníamos hace 30 años, cuando en el 94 mataron a Colosio, se nos erige continuado al día de hoy.
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El fantasma que persigue a México es aún más grande que sus elecciones de este año, y no está en sus urnas, sino en la mentalidad de una gran parte de la ciudadanía: 70% cree en la democracia, pero solo 22% en el gobierno. Creemos en sistemas, pero no en políticos; nuestra ideología aspira a la libertad y la defensa de garantías y derechos, pero las instituciones que tenemos, así lo percibimos, no nos sirven.
Ante este escenario, la batalla que enfrentaremos en las urnas es, más que electoral, ideológica. No luchan morenistas, panistas y naranjas; la de hoy es una elección entre las promesas de continuidad, el retorno a la tibieza, o la apuesta por “lo nuevo”. Es una batalla entre la memoria que ha querido poner en el centro “la Cuarta Transformación (que es cuarta porque, las tres primeras, fueron las luchas del pueblo); la relocalización de los problemas en el Otro, y no en el reconocimiento del propio daño hecho de un clasista y violento prianismo; o la compensación de “entre los malos, el menos peor” de un oportunista Movimiento Ciudadano que tiene poca cercanía con el ciudadano promedio, pero eso sí: grita mucho.
El monstruo sigue vivo, porque está dentro de la gente y la cultura política que nos caracteriza. No confiamos ni entre nosotros mismos. Nos alejamos. Nos agredimos. La de hoy es la cultura del clasista sobre el que es pueblo. El México que tenemos es el de los corruptos que nos heredó el PRI; el de los juniors que no entienden ni qué hacen con el poder que tienen que heredó el PAN; el de los pobres que, por herederos de una antidemocracia tan lacerante, están reprimidos y, a pesar de tener un gobierno que intenta representarlos, sigue sin entender para qué sirve.
El México que vota el próximo 2 de junio es el México mutilado por el PRI y revictimizado por el PAN. Un país que, a pesar del cuerpo desgarrado por el propio monstruo que lleva dentro de sí, sigue luchando, resistiendo. Que ya aprobó desde el Congreso que el 9 de marzo, las mujeres no trabajan, porque, al menos un día, los varones podrían hacerse cargo de la cantidad de cosas que han puesto en las mujeres de este país para sostenerlo.
El monstruo sigue entre nosotros y prevalecerá aún después del 2 de junio, porque las elecciones no traerán algo nuevo, ni algo mejor, si la ciudadanía no está dispuesta a autoconvocarse a sí misma como su primera maestra de civismo de cara a lo peor que tenemos en un país como el nuestro: su política.