Los organismos empresariales en México atraviesan un bache de representatividad real e incidencia en políticas públicas, como tal vez no se había experimentado antes. Si bien durante este sexenio nuestra economía ha mostrado una estabilidad que pocos pronosticaban, los indicadores muestran que, en gran medida, esto se ha debido a factores globales que fortalecen nuestra moneda, la entrada de una cantidad récord de remesas y también a las exportaciones de manufacturas con escaso contenido nacional.
Como diversos analistas señalan, a los grandes empresarios les ha ido muy bien con este gobierno. Mientras tanto, la mayor parte de los sectores productivos nacionales siguen inhibidos, seis años de “buenas relaciones” entre gobierno e ip de poco han servido a jóvenes emprendedores, a las pequeñas y medianas empresas, a los negocios familiares o la gran mayoría de unidades económicas. Ocupado en la subsistencia de su negocio, el empresario común hoy tiene poco interés por integrarse a su organismo de representación, más cuando ve a sus supuestos liderazgos negados a realizar su trabajo.
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AMLO quiso llevar la fiesta en paz y los utilizó para legitimar las acciones de su gobierno, permitiendo que le organizaran comidas o sentándolos a un lado para que le aplaudieran, pero ignorando todas y cada una de las propuestas, preocupaciones y planteamientos de la iniciativa privada institucional. Ahí están los datos. La “cúpula” empresarial, ante reiteradas embestidas del gobierno que enrarecen el clima de negocios, emite tibios comunicados para mantener tranquila a la membresía, pero cuando sus líderes tienen frente al presidente o la candidata oficial es sólo para balbucearle ideas incompletas y comportarse como tapete. En todo este tiempo, sin que sus afiliados se los pidieran, estos personajes contribuyeron a la consolidación del actual gobierno y hoy asumen una extraña militancia (por decir lo menos) para su continuidad: vendiendo una falsa imagen de amistad y camaradería con el presidente, que a nadie ha beneficiado más que a sus propias egolatrías, se ha ido el sexenio sin que la iniciativa privada mexicana haga su labor, en un momento por demás definitorio.
Los más amables tachan esta actitud de ingenua, otros de comparsa; lo cierto es que hay consenso entre el empresariado mexicano que ese estilo frívolo, superficial, acomodaticio e inútil debe cambiar. A ultimas fechas hemos visto el extremo del patetismo de estos bufones, en su afán por simpatizar, cantándole a la candidata oficial al término de un acto público: si se los piden, se darán dos vueltas en el suelo.
Los tiempos cambian. El próximo gobierno ya no los necesita, se los va a sacudir y es el momento que estos organismos retomen el rumbo y asuman su auténtica labor. Hablar de frente a candidatos y gobiernos: la ip exige que sus representantes no sean lamebotas por miedo, conveniencia o zalamería, sino serios contrapesos. El empresariado espera la llegada de líderes que defiendan, ellos sí con conocimiento y sin intereses oscuros, al sector: se exige más seriedad, firmeza, estructura y operatividad de las representaciones empresariales.
En lugar de llevar ¡a sus madrecitas! ante una candidata como si fuera santo o la virgen de Guadalupe, tanto la ip como el mismo gobierno requieren que se les presenten las preocupaciones del sector, así como propuestas viables para su fortalecimiento.
Por: @yotencatl