Un debate sin debate

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Existe propensión a buscar o proponer o imponer a un vencedor en los debates políticos. La intención no desmerece si verdaderamente existe ese debate. Cruce de ideas, confrontación de proyectos, recriminaciones a las propuestas de los adversarios caracterizan esos enfrentamientos. En ocasiones suben de tono, en otros se mantienen en cordial diálogo en que la elegancia y la cortesía no demerita las críticas abiertas. El combate de ideas no está reñido ni con malos modos ni con faltas de educación, aunque a veces asoman al calor de la disputa. En estos casos puede hablarse de una pelea en que un contrincante se impone sobre otro. Hay un vencedor que resulta más convincente aunque sus ideas no sean las más convincentes a las circunstancias del país. Pero sucede también que se llama debate a lo que no es debate, a una actuación cercana a la farsa en que los adversarios declaran ideas y acusaciones sin réplicas ni contrarréplicas, dirigiendo su mirada a la cámara de televisión como podrían dirigirla a una silla que tuvieran enfrente o detrás, a un lado u otro.

El domingo no hubo debate porque no hubo polémica. En este sentido, Xóchitl Gálvez quizás fue la que más se esforzó recibiendo por toda respuesta la indiferencia de Claudia Sheinbaum. Indiferencia no es contestación, ni respuesta, ni posicionamiento. Es el manido recurso de la evasión de quien opta por la ocultación. Sheinbaum actuó como una escapista. Confundir su serenidad con autoridad se antoja fuera de proporción, apelar a la fiscalía como lugar en que presentar demandas en contra de la corrupción de los hijos de López Obrador es despropósito. Claudia utilizó a la fiscalía de la Ciudad de México como aparato político para perseguir adversarios.

Claudia evitó los cuestionamientos fundados de Xóchitl con acusaciones infundadas, efectistas para el espectador, pero con la impronta de la calumnia. Alguien que miente y calumnia no puede ser presidente de México. El país no aguanta otros seis años con la mentira por toda política pública y con la calumnia disfrazada de derecho de réplica. Serenidad y tranquilidad no son autoridad, sólo pose y simulación debidamente ensayadas. Las calumnias y mentiras de Sheinbaum la desautorizan como candidata, de la misma manera que cargar con las muertes impunes del Rébsamen y la línea 12 del metro la deslegitiman como prospecto a la presidencia. ¿Puede aspirar a la presidencia de México quien no ha sido exculpada por la justicia de su presunta responsabilidad en esas muertes? Gálvez no tuvo un buen desempeño en el debate, no hay excusas para su torpeza, que tampoco es atribuible únicamente a ella sino a un equipo anacrónico, anquilosado e incompetente. Pero habló con la verdad o una parte de la verdad, algo ajeno a Claudia.

Si en los debates Sheinbaum se limita a mentir o evadir respuestas o desviar cuestionamientos, parece indiscutible que llegará un nuevo Presidente que construya con palabras un país imaginario en que los pobres se multiplican, se descompone más la escasa seguridad jurídica, el crimen organizado toma definitivamente el control. Nadie ganó el debate, pero la certeza es que la mentira no puede ganar otras elecciones. Se dice con razón que Xóchitl no presentó un proyecto de país. Un segundo piso al primer piso de López Obrador es lo mismo que no tener tampoco proyecto de país como ha demostrado suficientemente el actual presidente. Nadie ganó un debate que nunca existió, pero Xóchitl dijo verdades.

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