Me resulta muy grato comenzar en este espacio hablando de una de las películas mexicanas más destacadas de los años recientes. Se trata de Tótem (2023) el segundo largometraje escrito y dirigido por Lila Avilés, quien ya había sorprendido con La Camarista (2018) el drama sobre una trabajadora de limpieza en un hotel de lujo y está en búsqueda de una vida mejor. A manera de analogía, quiere ascender para limpiar los pisos superiores.
Avilés nos trae ahora la historia de Sol, una niña de siete años que se prepara para asistir a la fiesta sorpresa por el cumpleaños de su padre Tonatiuh, un hombre joven con una enfermedad terminal. Así llega a casa del abuelo, un terapeuta que se ha quedado sin voz; una tía, madre soltera que prepara el pastel y otra tía que contrata a una señora para realizar un trabajo de limpia y ahuyentar las malas energías por 2 mil 500 pesos.
Gradualmente llegan los invitados. Jóvenes compañeros universitarios que conversan mientras beben de cualquier otra cosa y apenas pueden hilar mensajes conmemorativos para el amigo Tona, pero es su hija quien vestida de payasita se monta en los hombros de su madre para darle como cumpleaños una simulación
de show operístico que lo conmueve.
Sol en casa de sus tías se convierte en espectadora de todo lo que ocurre. En las terapias psicológicas del abuelo para una joven con el corazón roto, su mirada de sorpresa ante las creencias esotéricas de su tía. Las discusiones, el estrés y la zozobra que genera tener en casa a alguien enfermo. Sin embargo, ella busca sus
refugios, sus espacios en casa para estar con ella misma.
A la niña se le mira capturando caracoles para posarlos sobre una pintura de la casa, se le observa tocando a una mantis en la hoja de una planta, y mostrando su sabiduría sobre la vida animal; es como un acercamiento hacia la propia naturaleza, como si sólo fuera ella quien entendiera el proceso natural de perder a su padre ante las otras tantas creencias e ideologías.
Tótem se convierte así en un drama familiar sobre el entorno y desarrollo de una niña ante el proceso natural e inminente de perder a su padre. Es ella quien mira al espectador a través de las velas de un pastel como nos retara a demostrarle que los sueños realmente se cumplen. En un formato cuadrado y con una definición de película setentera, Avilés llena su trabajo de nostalgia, es sensible, atemporal, de pérdidas cíclicas e irreparables.
Oficialmente este reciente trabajo de Lila Avilés ha sido inscrito para representar a México en la edición 96 de la entrega de los Oscar. Se encuentra actualmente en cartelera.
Aquí estaré para hablar de cine, series y otras artes desde otras narrativas. Su vínculo con la justicia y los derechos humanos, esperando que sea mucho de su agrado. En tanto, nos leemos el próximo jueves.
Por @odballeza