Tlatelolco: el signo y el enigma

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Por Mauricio Leyva Castrejón

Dos eventos que han dejado heridas profundas en los mexicanos son, sin lugar a dudas, la matanza del 13 de agosto de 1521 en Tlatelolco que marca un antes y un después en la guerra contra los españoles y cuatrocientos cuarenta y siete años después, el 2 de octubre de 1968, la masacre de los estudiantes y civiles por parte del Estado Mexicano en la Plaza de las Tres Culturas.

El primer acontecimiento marcó la caída del imperio mexica y de una guerra que llevaba poco más de tres meses entre los conquistadores españoles y sus aliados indígenas en contra de los mexicas dirigidos por el joven emperador Cuauhtémoc quien fue obligado a capitular. Este sitio ha sido uno de los episodios más importantes en nuestra historia y lamentablemente, son pocos quienes han puesto atención a conmemorar en su justa dimensión social, cívica y cultural, el orgullo y la valentía de uno de los más grandes imperios que jamás se hayan conocido en nuestro continente y el cual, tenía en el centro de su poder a nuestros gloriosos mexicas. La historia, si bien no tiene un reporte exacto del número de bajas, refiere que fueron miles de combatientes quienes perecieron en la defensa de sus pueblos y tanto Tenochtitlán como Tlatelolco eran las ciudades en la cuales había una gran resistencia.

Esta resistencia fue cediendo y el desenlace lo conocemos muy bien, sin embargo, habría que remarcar el hecho de que con la caída de Tlatelolco, se inició una de las resistencias ideológicas y culturales de mayor trascendencia y quien ponga en duda esto que afirmo, puede consultar el discurso que pronunció el General José María Morelos y Pavón en la apertura del Congreso de Anáhuac, llamado así en honor a la Anáhuac y en el cual afirma de manera contundente que la lucha de resistencia indígena comenzó ese día en el que fue derrotado el imperio mexica. En este sentido, la gran mayoría de los movimientos y causas de nuestras primeras naciones hacen referencia a este suceso recordándolo con tristeza, respeto y hallando en ese acontecimiento, un motivo para defender su dignidad y reivindicar sus derechos.

El segundo acontecimiento es el crimen de lesa humanidad perpetrado por el Estado Mexicano al asesinar a jóvenes y civiles en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de agosto de 1968. En aquella fecha, nadie podría imaginar que, aquel lugar que fue testigo de la caída de los mexicas y de sus ancianos pobladores, sería de nuevo el espectador silencioso de una masacre cobarde, indignante y simple y sencillamente incalificable. Un pueblo entero que encontraba en la fuerza de sus jóvenes la viva expresión de la libertad ante un gobierno autoritario y represivo fue amordazado y asesinado.

El movimiento estudiantil buscaba erradicar la corrupción del sistema político mexicano y demandaba cambios sociales y políticos, el gobierno respondió a ello con balas, con cárcel, con tortura y muerte. De nuevo y pasado el estruendo de la masacre, Tlatelolco se envolvió de luto y de llanto, sobre sus ruinas se escribió de nuevo con sangre, un capítulo doloroso. Tlatelolco, es por ello, ese signo que apunta a nuestra conciencia nacional y al mismo tiempo representa el enigma indescifrable que lo ha colocado en dos ocasiones, en el centro de tragedias que han marcado un antes y un después en la vida de los mexicanos.

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