Sillas vacías, gradonas mudas

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Nueve días atrás, Claudia Sheinbaum había dispuesto todo para un acto multitudinario en el
Estadio del Cruz Azul, ubicado en la alcaldía panista Benito Juárez. 36,000 simpatizantes
abarrotarían el aforo. A la dirigencia de Morena reunir ese número se le antoja nimiedad si se
atiende a las palabras de Mario Delgado en respuesta a la advertencia que hizo el INE sobre
actos anticipados de campaña: “Morena no puede limitar sus actos a unos pocos asistentes,
porque contamos con miles y miles de seguidores, nos siguen millones”. Pues sí. ¿Cómo
impedir que las masas recibieran un martes de octubre a las siete de la tarde a su candidata que
todavía no es candidata, en un acto de precampaña que todavía no es precampaña? No es
descartable que los ciudadanos jugando al escondite como Morena juega al escondite
decidieran ir pero no ir. Quiero decir que acudieron pero no asistieron, de la misma manera
que Morena no hace campaña pero está en campaña. Quizás la ciudadanía se mimetizó tanto
con su partido que despistó incluso a los organizadores. Pudo ocurrir también que no hubiera
ciudadanos, que los convocados no pertenecieran a esa condición vaporosa habitualmente
indiferente a este tipo de actos cuando está en el trabajo o ayudando a sus hijos en las tareas o
llevándolos a actividades extraescolares o preparando la cena. Pero sobre todo indiferente a
campañas que no son campañas.
Otra opción se desprende de estas palabras del infatigable Mario Delgado: “En Morena
nunca llevamos acarreados a nuestros eventos porque los llenamos con el pueblo”. Ya se sabe
que para Morena pueblo significa lo que se les da la gana en cada momento. Para descifrar su
sentido hay que precisar el contexto en que se pronuncia la palabra. En este caso, pueblo es
sinónimo de acarreado. Por eso a los actos de Morena nunca van acarreados porque es todo
pueblo. Pero tampoco en el estadio del Cruz Azul se presentó el pueblo-acarreado. No es que
fueran pero no asistieran, sencillamente no fueron. Probablemente sucedió que Mario Delgado
no pagó lo convenido al pueblo-acarreado, por lo que el pueblo-acarreado bueno y sabio
decidió que mejor se quedaba en su casa por bueno y sabio. Que los invitados eran pueblo-
acarreado lo demuestra el hecho de que las contadas personas que ingresaron en el recinto
llevaban uniforme de pueblo-acarreado: cachucha, jeans, tenis y pancartas plegadas. Además,
cuando se les preguntaba que hacían allí decían que no sabían, que es lo que responde el
pueblo siempre que es acarreado.
Parece más complejo entender por qué se dispone un evento así para el pueblo-
acarreado, qué sentido tiene, qué significa, qué se pretende. ¿Llenar un estadio? ¿Aplaudir a la
indicación de aplausos? ¿Gritar consignas a la señal de gritar consignas? ¿Desplegar pancartas a
la orden de despegar pancartas? ¿Qué gana Sheinbaum cuando sabe que ese pueblo-acarreado
votará al mejor postor? ¿Qué recibe Delgado al organizar un evento sabiendo que tantos son
nadie? Al final, sillas vacías y gradonas mudas para recordar que de vez en cuando la
democracia requiere cierta seriedad.

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