El signo lingüístico es un ente social con sus propias realidades psíquicas, pues hace referencia a conceptos e imágenes acústicas dentro de nuestra psique.
Es la representación que da testimonio a nuestro sistema cultural, que usa las palabras
para asociar lo abstracto con lo concreto, dando como resultado una entidad
cargada de significados, historias, memorias, estereotipos, ideas y violencias.
La realidad se construye desde y en el lenguaje, pues designa nociones de
reciprocidad con nuestra cotidianidad y contextos cercanos.
Es por ello que un
signo encarna palabras que hacen referencias a imágenes particulares que
consiguen denotar ideas preestablecidas como calificaciones sobre los seres
humanos, en donde un concepto puede llegar a ser la totalidad de un género,
como el color rosa asociado a la feminidad y el azul a la masculinidad.
Nuestros sistemas de expresión designan la conducta y comportamiento en la
cotidianidad, pues las conversaciones del día a día son dotadas y erigidas para
expresar patrones de generalidades que pasan por alto la particularidad del ser
humano. Muchas de las exclamaciones que hacemos tienen significados
principales y secundarios que dictan el pensar de hombres y mujeres, cuyo origen
simbólico explota en la arbitrariedad de las subjetividades, cuando usamos el
todas son… o todos son … damos un carácter lineal a seres multidimensionales
que son rebajadas y rebajados a una sola medida lingüística.
De la misma manera ha existido un desarrollo histórico continuo en todas las
manifestaciones sociales concretas cuyas expresiones, creencias y actitudes
constituyen un sistema de valores que se imponen con el uso y arraigo de otras
anteriores.
Reconstruir los discursos históricos ya escritos y enviados a los imaginarios, es
una de las tareas más difíciles, puesto que significa dedicarse a reordenar
aquellos agentes sociales que los han construido y que son ahora esos influencers
o estrellas del tejido digital, que con sus palabras (signos lingüísticos) atribuyen
sentidos de interpretación provocadores de violencias, al sustituir una persona por
una adjetivo, basta recordar el caso de una famosa youtuber que terminó en la
cárcel al ser jueza y verdugo de una chica violentada en un vídeo viral.
Habrá que decir, que añadir un nuevo discurso es producir y transportar poder, es
decir, los discursos, mensajes, narrativas y enunciados refuerzan y fuerzan un
poder, y también en ocasiones lo minan, lo tornan frágil y permiten viralizarlo al no
tomar conciencia de lo que se dice y comunica y ante quien se enuncia; ahí radica
la peligrosidad del uso de signos lingüísticos limitados al odio y encono como
expresión sensible y esencial del poder una persona.
Entiéndase de acuerdo con teóricos de la palabra como Teun A. van Dijk, que un
discurso es aquella expresión que lleva consigo una carga ideológica y
significativa que nos conduce a identificarnos con lo que escuchamos y vemos, y
tal identificación impone una huella y un registro de saber y de sabernos a
nosotros mismos y a los demás.
Preguntarse qué es el sexismo lingüístico y cómo los sufre una mujer en México
nos obliga a adentrarnos a los registros de los invasores españoles, para
retroceder a un pasado que proporciona la huella impresa del presente: La
Malinche, como marca que se ha impregnado por ese saber del lenguaje
colonizante, que algunos de los historiadores y teóricos de la cultura han guardado
por la vía de la escritura, produciendo un conocimiento misógino y generacional
con valores implícitos que se llevan en la memoria, puesto que la sociedad se ha
estructurado bajo un desarrollo del dominio del poder masculino, o sea, nosotros
los hombres.
El sexismo lingüístico son esas expresiones que María Jesús Buxó Rey nos hace
entender como el reemplazo de la mujer por términos masculinos, por una serie de
expresiones que hacen percibir a la mujer como una extensión del hombre, una
propiedad que pasa por alto los sustantivos femeninos y manifiestan símbolos de
apropiación como: mi mujer, mi vieja, mi chaparra, mi niña, mi princesa, mi bebé,
mi tóxica y demás terminajos violentos hacia las mujeres.
El uso del sexismo en el signo lingüístico, hace ver a la mujer como un objeto de
consumo, más bien comestible de uso restringido de los machos, por ejemplo: mi
torta, mi bizcocho, mi media naranja, o el hombre se convierte en dueño y señor
fálico al ser su chile o picador.
Estos signos lingüísticos que hacen un discurso sexista, las describen como
alimentos o animales que hacen un fenómeno gramatical con alusión constante a
sus procesos biológicos que las refieren únicamente a hacerse mujer, no por su
edad o identidad sino por las labores domesticas que puede realizar: ser una gata
reemplaza la descripción del trabajo en el hogar ejercido por millones de mujeres
mexicanas.
Un sexismo lingüístico y cultural que sirve como vehículo e instrumento de todo
tipo de violencias, censura y opresión hacia las mujeres, se refleja en un espejo
histórico de prejuicios sociales y estereotipos establecidos por medios de
comunicación, grupos sociales, instituciones y hasta gobiernos que ven en estas
palabras vehículos de sentido de humor, gustos y emociones ¿alguien recuerda la
frase lavadoras de dos patas? Fue un presidente quien la dijo.
Veamos otros ejemplos de lo mencionado: un perdido es una persona extraviada
o un hombre sin rumbo, pero una perdida tiene connotaciones sexistas y terribles
en nuestro discurso cotidiano, al convertir a la mujer en un pedazo de carne sin
destino ni salvación; un cualquiera es una persona desconocida, pero una
cualquiera se relaciona a índoles sexuales, no olvidemos la melodía misógina del
desaparecido Príncipe de la Canción “A esa”, que sin decir quién, condena a una
mujer al ostracismo social por sus hábitos y conductas ejercidas hacia los
hombres; lo mismo ocurre con inocente como alguien no culpable, pero una
inocente es casi virginal y hasta estulta, como algunas princesas del pensamiento
mítico que podrían caer enamoradas a primera vista, o que necesitaban del beso
de un hombre para despertar de su letargo, haya sido inducido o auto provocado
(Blanca Nieves y La Bella Durmiente en sus versionas Waltdisnescas)
Hombres, rompamos la subordinación del discurso sexista en el terreno laboral,
estudiantil, público y privado, repensemos el papel de las palabras y la actuación
de los sexos a nivel social.
Dejemos el sabernos de lo difícil que es salir de esa
carga ideológica porque dejamos de ser hombres o machos, y parece que ser
reconstruido es limitar la masculinidad, pues un hombre sensible o al menos
empático desaparece del radar machista que ha racionalizado en la familia o con
amigos.
Es casi imposible cambiar el idioma (me pregunto si las redes e internet tienen
alguna culpa de ello, o si los hombres de la Asociación de Academias de la
Lengua Española cortan la evolución del lenguaje) sin embargo es posible tomar
conciencia en el uso de las expresiones que usamos los hombres todos los días;
quizá reflexionar sobre el sexismo nos de alternativas de cambio con el uso de las
palabras que nos lleven a otros lugares y dejarnos reconocer nuestros errores y
sobre todo cambiarlos.
Cuando Lacan planteaba la economía psíquica, hacía referencia a la relación
entre lo real y lo imaginario que todos tenemos al hacer uso de las palabras, pero
una economía de las palabras crítica e ilustrada se propone como el camino para
repensar las lógicas del mundo, para una nueva inteligencia social. Usemos las
palabras con conciencia que emancipen las bases de una óptica cerrada y
violenta.
El sentido de las palabras es la base de las interacciones entre las personas, son
operaciones lógicas necesarias y al mismo tiempo obstáculos para cambiar una
cultura del lenguaje sexista, reflexionemos y actuemos en consecuencia para
dominar esas manifestaciones de agresividad lingüística en contra las mujeres.
Este texto se ha realizado bajo el análisis lingüístico de las palabras que se
ocupan para designar ideas y conceptos sobre el ser y estar de las mujeres, sin
condiciones de violencia de género en su contenido y no porque se necesite que
otro hombre escriba algo sobre ellas, sino para hablar de los problemas de la
educación lingüística que muchos hombres recibimos dentro del tejido social en el
que interactuamos. Sirva esto para aproximarse a este fenómeno reconociendo
que las mujeres, en casi todos los casos, son las víctimas de un sexismo en el uso
del signo lingüístico, y lo planteado se hace desde la deconstrucción y
resignificación de esta pluma sobre el uso de las palabras.
Mi respeto y admiración a todas ellas …
LA CIMA
Textos híbridos de periodismo contemporáneo
Por: Bernardino Rubio Tamariz