Ricardo Anaya, un tipo desarticulado

Fecha:

Perpleja y atónita, la oposición se muestra incapaz de reaccionar frente a las maniobras del oficialismo. Todo indica que el problema reside en los dirigentes de unos partidos únicamente interesados en sus proyectos particulares. La incompetencia de Acción Nacional y del Revolucionario Institucional reside en la incompetencia política de sus dirigencias ajena a las urgencias del país. Los partidos renunciaron a ejercer oposición desde 2018. La indiferencia exhibida durante todo el sexenio no debiera atribuirse sólo a su probada ineptitud, sino también a una estrategia dirigida a simular una actuación cuyo desenlace invariablemente se asocia con la decepción. Ante esta densa bruma, premeditada y calculada, irrumpe un prófugo de la justicia, exiliado durante seis años en Estados Unidos a causa de órdenes de aprehensión por corrupción y enriquecimiento indebido, que se presenta como faro y torre de señales para descontentos e inconformes con el obradorismo. Un tipo seducido por los micrófonos, atraído por las cámaras, como si su voz y su imagen proyectaran otra cosa que no fuera un dejá vu. La arrogancia de Ricardo Anaya es sólo patetismo de un individuo a quien México se le aparece irreconocible. Sus recorridos pastoreando al rebaño opositor buscan colmar una ambición personal disfrazada de probidad. Este tipo ha entendido que la oposición carece de una figura de referencia y ha decidido que esa figura es él. No es difícil recrear el itinerario transitado hasta este momento. Conversaciones con Jorge G. Castañeda, Héctor Aguilar Camín y, quizás, Enrique Krauze. Visitas a personajes de Acción Nacional en busca de unción que lo sitúe. Pláticas con periodistas y medios de información con objeto de que le den el lugar que merece.  

​La necesidad de ser el centro de algo, aunque sea de nada, impulsa a Ricardito a declarar en qué consiste la trampa de la Reforma Judicial, alumbrada con todo tipo de intensidades por infinidad de especialistas; y también a desautorizar la carta que Genaro García Luna publicó hace un par de días, acusando a López Obrador de complicidad con el crimen organizado, al alegar que es un convicto a la espera de sentencia. Su determinación para desvincularse del exsecretario de Seguridad Pública contrasta con las acusaciones que pesan sobre él mismo, cuyo deslinde se ha limitado a un parco “se han caído las denuncias en mi contra”. Parece que Anaya tiene un problema con la culpabilidad. Considera que está muy bien que se declare culpables a otros, pero no se siente cómodo cuando se le recuerda que él es un presunto culpable que debe enfrentar a la justicia. Lo significativo es que Anaya representa a un partido inmerso en unas elecciones que decidirán a su nuevo presidente donde todos son lo mismo. Sujetos sobre los que recaen fundadas sospechas de corrupción que ponen sus intereses por encima del partido y del país. 

​Ricardo es igual que Marko Cortés o Jorge Romero. Quizás sea cierto que su elocuencia parece un poco más articulada que la de los granujas Cortés o Romero, pero también es cierto que es un tipo moralmente desarticulado. Ricardo no puede representar a la oposición porque es un inmoral. Siempre querendón de micrófonos y cámaras, todavía debe de explicar por qué desterró la democracia interna de su partido, por qué manipuló los estatus de la formación para hacerse con la candidatura a la presidencia en 2018, por qué promovió moches y dinero ilegal, por qué cerró el padrón de militantes, por qué no se presentó ante los tribunales cuando fue citado, por qué huyó a Estados Unidos si era inocente, etcétera. Ricardo Anaya es una mala broma en un escenario político que necesita individuos sin pasado político que pongan a México por encima de sus ambiciones.    

spot_img

Compartir noticia:

spot_img

Lo más visto