Política Gore

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Proponer una reflexión para abrir la discusión, sobre el ecosistema político actual
que estamos viviendo en México, nos hace preguntarnos ¿cómo hacer frente a los
peligros de una participación periférica ilegitima/legitima basada en la violencia
como el desarrollo de espacios intersubjetivos?


A pesar de las apariencias de un clima político regulado por la razón, es por el
contrario que la interacción y sus capacidades comunicativas están sujetas a una
crisis en la producción del saber, pues los relatos que consumimos en medios
tradicionales y digitales nos llevan a una percepción basada en la insularidad
visual de una necro política o política gore, sostenida por datos transgresores que
nos hacen estar informados por contenidos necro empoderados, que no suman en
la calidad del debate público, pero sí en las enfermedades de las mediaciones que
pululan entre las casas blancas, rojas y grises; y no se diga de los éxtasis
comunicativos que incitan a las descalificaciones y ataques directos entre actores
de la vida política contemporánea, al hacer uso de utopismos como actividad
apocalíptica que disemina las fronteras entre la realidad y fantasía.


Los de un bando u otro no construyen una retroalimentación (feedback) que ayude
a la mejor toma de conciencia y participación política de las masas, pues la lógica
de la destrucción en el discurso los lleva a un strike back, como categoría
interpretativa de la violencia ultra especializada sobre sus adversarios políticos,
pues en lugar de realizar una respuesta que evoque la interacción lógica,
únicamente se dedican a contraatacar en lugar de dialogar

La violencia es episteme, menciona la escritora y teórica de este tema Sayak
Valencia en su obra Capitalismo Gore (2019) porque está íntimamente ligada a
una acción, en este caso la percepción y acción política, aquí la autora maneja
que la violencia incluye un ejercicio teórico y simbólico y se profesionaliza en
generar episodios cada vez más sadicos, sangrientos, agresivos, morbosos,
amarillistas que hagan de los cuerpos, conciencias y reputaciones, un acto
mediático sin escrúpulos, mostrándonos las vísceras y desmembramientos
simbólicos de las figuras políticas que luchan por la presidencia de la república,
con o sin proyectos de nación.


Esto último poco interesa, ¿qué puede importar un plan de seguridad o de
protección al medio ambiente, cuando podemos sacar jugo a la extrema y tajante
violencia narrativa entre opuestos políticos? La vida del ser humano es depredada
en los medios de comunicación, la hiper modernidad potencializa la crueldad y
acciones transgresoras como un estilo de vida beautópico, es decir, el término
gore que se ocupa en el cine, pasa a ser categoría e indicador de la vida social
como la extrema desacralización del ser.


Lo gore es beautópico porque llama, enamora, enaltece, es bello, atractivo, gusta,
emociona, se sexualiza y psicologiza a tal grado que se admira el terror que
provocan las descalificaciones y acusaciones, como la idolatría a un becerro de
oro.


¡Seamos bienvenidos a la dictadura sin lágrimas de la política gore! Estamos al
inicio de un proceso electoral que culminará en 2024, los ciudadanos no seremos
más que carne de cañón en esta contienda. Carne beautópica de colores verdes,
blancos, amarillos y algo parecido al guinda.

Los partidos no derramarán ninguna lagrima por el paupérrimo estado social del
país, ni por lo miles de desaparecidos o por el envase destrozado del estado de
derecho. Vamos a tomar una medicina amarga en estos meses venideros, los
ciudadanos seremos los agentes de lo gore al violentarnos con vecinos, familiares,
amigos y dentro del ágora de las redes sociodigitales, al defender o atacar al
partido en turno que extreme nuestras vidas.


Medios y sociedad gore viviendo en la incertidumbre de la predicciones, y lo
espectacular de cada vídeo que promete ser la panacea salvaje de la contienda
política, esto a la par de los miedos, ilusiones y deseos de ver encumbrada a
nuestra candidata preferida (al momento de escribir este texto son dos las mujeres
que buscarán la silla del águila).


No solo las personas seremos víctimas de la política gore, lo serán las calles,
avenidas y esquinas de las ciudades por las miles de toneladas de basura
propagandística. Lo serán la música, la imagen y hasta el púlpito de los domingos,
pues la desprolijidad de los mensajes se convertirá en dogmas y conspiraciones
con piruetas narrativas. Las debilidades de una cultura política nacional se verán
reflejadas en crisis que magnificarán las desigualdades y otras satanizan el
color de la piel, la clase social y el sexo.


La barbarie, la imaginación sin progreso, los protofacistas, las profundas
desigualdades, la idea antiglobalización, la cumbre del etnonacionalismo y hasta
keynesianos trasnochados, construirán los frentes ideológicos y el cognitariado
que nos llevarán a una especie de trance que pobremente se resolverá en los
próximos seis años. Los partidos políticos y su psicopoder, crearán conexiones
híbridas de sujetos hambrientos por la violencia y agresión, dejándonos sin salida
debido a una libertad condicional discursiva hasta julio del próximo año.

No son pocos quienes han abordado este fenómeno; veamos un poco de
antecedentes desde Georges Bataille en su texto El Erotismo (1957) en donde
menciona que los seres humanos mantenemos una dicotomía contradictoria, pues
somos en la intimidad altamente violentos por las variadas representaciones del
sadismo y en público nos encontramos fascinados por la santidad del
reconocimiento social; por su lado, Slavoj Zizek en sus obras Acontecimiento
(2014) y La Nueva Lucha de Clases. Los Refugiados y el Terror (2016) señala que
la violencia se encuentra en múltiples dimensiones, siendo una de ellas la más
importante la ideológica, es aquí en donde se atacan las ilusiones, y se destruyen
los significados de las palabras, acusando constantemente a las ideas desde las
distintas intolerancias de los fundamentalismos ideológicos; otra más es Judith
Butler en Crítica, Discrepancia y Violencia (2008) quien expone que esta última no
es un aspecto decorativo, sino un arma que cristaliza y legitima las debilidades de
los seres humanos más vulnerables al momento de ser atacados; otro es Giorgio
Agamben en su texto El Hombre Sin Contenido (1970) donde señala que el origen
de lo sublime dentro del arte nos lleva a una fascinación por el terror debido a la
imposibilidad de romper con las circunstancias actuales de la cultura moderna; y
por último Achille Mbembe en Necropolítica (2011) cuando explica que el
capitalismo contemporáneo utiliza a la violencia como el mecanismo oficial para
transgredir a los ciudadanos, haciendo una desciudanización por la pérdida de
derechos como un acto de violencia por el mismo estado.


Regresando a la cuestión ¿cómo hacer frente a los peligros de una participación
periférica ilegitima/legitima basada en la violencia como el desarrollo de espacios
intrasubjetivos? Hagámoslo desmodelizando la violación exitosa de la narrativa
por la política gore, al alejarnos del error metodológico que busca como única
interpretación la estética del sentido común.

Descolonicemos el pensamiento, resolvamos problemas con visión crítica sin
repetir la ingeniería discursiva de la intimidación. Busquemos agentes de cambio
que articulen lo posible de manera sustentable y sostenible, con trayectorias
inteligentes y no repetitivas. Construyamos espacios intersubjetivos con
estrategias congruentes y adecuadas a nuestro tiempo y espacio; rompamos
ataduras de tradicionalismos como únicas actividades del entendimiento, pues
ciudadanos más y mejor informados no serán adoradores del terror visual y
discursivo.


Salgamos del logocentrismo, busquemos otras evidencias y dudemos de todo, tal
vez sea un buen momento para recordar a ese ateniense condenado a muerte por
su fascinación hacia la crítica y la duda, sin embargo, la política gore nos embriaga
con su centricidad y evidencias sangrientas, como único camino del saber
moderno y transformador por las causas que despedazan y torturan nuestro
imaginario.
Al tiempo …

Por: Bernardino Rubio Tamariz

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