Montreal: alfombra del mundo

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El otoño que conoce el mundo, nació en Montreal. No importa la nación de donde provengas, en cuanto entras en contacto con el otoño de esta región sabes que aquí empezó esa historia que se convirtió en todas las historias. Esa leyenda de la naturaleza en la cual los árboles cambiaron su follaje verde y se vistieron con los colores del tiempo para asombro de los hombres; esa temporada del año que sólo aquí se vuelve conmovedora porque el otoño de Montreal es de vibrantes torbellinos de luces, de exuberantes colores y sus bosques adquieren una voz melancólica, romántica y nostálgica.

Es en esta temporada del año cuando los violines del viento tocan la sinfonía de las hojas que visten los árboles del otoño. La afinidad de los colores y el encuentro con la luz rebasan el arte mismo de los grandes maestros de la pintura. No hay una gama de tonos tan intensa y única como aquella que los sentidos logran percibir en esta temporada. Las regiones de los árboles antiguos se visten de tonos mágicos que comienzan a poblar sus bosques mientras el espíritu del aire se cuela entre el follaje. Sin importar su dimensión, los árboles se inclinan ante el paso de los años mientras una marea de colores inimaginables va poblando la región. Lentamente, el verde que antes era intenso y luminoso nos revela el brillo pleno del sol y de la vida al mismo tiempo que nos anticipan su propia agonía.

Esta reunión de luces y de colores nos muestran el tono ocre de las entrañas de la tierra, un color rojo como el vino o la sangre, un dorado como la champagne o un rosa como el atardecer de Mont Royal. Las brisas dominantes que pasean por las calles van contando las hojas de los árboles como si fueran contando sus deseos de amor, y, las dejan caer al suelo formando una alfombra de follaje con todos los colores que la mente puede imaginar. Sucede entonces el espectáculo, las calles adquieren esa voz antigua y cálida, el crepúsculo se detiene encima de las hojas y permanece allí por largo tiempo. Uno puede salir a las calles a caminar abriéndose paso entre esa alfombra viva y observar como se van despojando del ropaje de la naturaleza. Nos llega a veces una viento que de golpe agita y arrastra el follaje, haciendo remolinos divertidos alrededor de nuestros pies porque esta es otra de las maravillas, el viento también se viste de otoño y se vuelve divertido y vibrante. De hecho, el viento puede ser visto haciendo de las suyas en las calles, levantando las hojas o bien llevándolas de un extremo a otro, creo que no existe una complicidad tan simpática como la del viento y las hojas del otoño por las calles o los bosques de Montreal.

Si se pudieran exportar estos otoños, si se pudieran llevar estos mares de colores a otros horizontes, el mundo se llenaría de magia. Pero por fortuna tenemos la alfombra del otoño que existe en Montreal, por fortuna está en Quebec, en Canadá y este patrimonio vivo nos existe, nos habita en una región inolvidable, romántica y auténtica.

Por Mauricio Leyva

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