La noche de los cristales rotos en las universidades de Estados Unidos

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En una reciente entrevista concedida al periodista José María Sánchez Galera, el filósofo italiano Maurizio Ferraris, discípulo de los posmodernistas Gianni Vattino y Jacques Derrida, defendía lo que califica “nuevo realismo” frente a una posmodernidad que cifra su objeto en la división y el enfrentamiento: la ruptura entre el individuo y la sociedad, lo masculino y lo femenino, lo real y lo subjetivo.

Todo un pensamiento destinado a la desarticulación de referentes tradicionales rehabilitando viejas tácticas presentadas como novedades indiscutibles. La ideología Woke a impulsos de la ideología de género se ha expandido en el mundo intelectual desde las aulas de las universidades norteamericanas. Sus pensadores, divorciados de la historia misma, la repiten prometiendo un progreso sin límite, como emisarios de hallazgos destinados al nuevo ser humano, heraldos de un sistema que se desmorona por sus premisas.

Las recientes protestas antisemitas en la Universidad de Columbia, pretextando apoyo a Hamás, ha creado un cerco de exclusión de estudiantes y profesores judíos. Las algaradas se han extendido a otros centros universitarios como Arizona, Boston, New York University, MIT. Las protestas se concentran en campamentos dentro de los campus académicos que operan como comisariados políticos y grupos de presión antisionista. La policía ha entrado en varios recintos para desalojar asentamientos ilegales deteniendo a un centenar de activistas. En su cuenta de X, el profesor judío de Columbia, Shai Davidai, denunciaba que se le impidiera el acceso a la institución equiparándolo con la noche de los cristales rotos que tuvo lugar en la Alemania nazi: “Esto es 1938”.

La defensa de la causa palestina no debería defenderse desde la negación de los derechos de los judíos ni de ningún otro grupo. La discriminación no se combate con discriminación a no ser que el pensamiento único se haya apoderado definitivamente de alumnos y académicos. Estos acontecimientos parecen debidamente planificados y escrupulosamente ejecutados. Es legítimo sospechar la complicidad de autoridades universitarias al permitir que se organicen los campamentos a favor de Hamas a condición de perseguir a los judíos. Los pogromos regresan inopinadamente en los espacios en que debería imperar la libertad de opinión y pensamiento, el respeto a la vida y dignidad del ser humano. No es ya síntoma de la decadencia de la academia estadounidense, es su ocaso. Se antoja exiguo consuelo la condena sin reparos de estos excesos por parte de Joe Biden y Donald Trump. El verdadero problema se encuentra dentro de las aulas, en los programas de estudio, en el adoctrinamiento camuflado de libre pensamiento que consiente la cultura de la cancelación y la depuración de obras y autores.

El antisemitismo, alentado y expandido ante la indiferencia de autoridades académicas y políticas, asalta el centro del pensamiento norteamericano. La violencia de estas jornadas son sólo síntoma de un sentimiento racista que ha ido calando preferentemente entre los universitarios. Esto es la posmodernidad: el conflicto, el enfrentamiento, la persecución, sin causa ni motivo. Lo Woke sólo ofrece al ser humano de siempre a condición de deslegitimar toda disidencia, despertando sus instintos más despreciables.

La historia registra lo que sucede cuando se abdica de la verdadera crítica y la conciencia se subordina a consignas y conveniencias. Regresa la “banalidad del mal” denunciada por Hannah Arendt. La mayoría de científicos e intelectuales alemanes se hicieron de la vista gorda cuando el nazismo comenzó a tomar las instituciones. Lamentaron el resto de sus vidas no haber denunciado ni haberse opuesto a la ideología en ciernes, gimotearon su cobardía y deslealtad a la libertad y a la patria. En la Universidad de Columbia, académicos y estudiantes mismos promueven el antisemitismo en contra de sus compañeros de trabajo y de estudio. Cualquier rebeldía se cancela en automático. El ocaso de un sistema y de toda una sociedad.

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