La itinerancia de la conciencia ¿ilusión fraterna?

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Las revoluciones científicas, del amor, sociales, políticas y de las conciencias han buscado la transformación de los antiguos caminos ideológicos a sendas cada más multidimensionales, progresistas y profundas que nos hagan libres de los fanatismos, odios y violencias que las políticas del hombre han implementado  para irrigar las metas y el camino de la humanidad de fragilidades operativas, que no hacen otra cosa que limitar la felicidad a favor de las angustias y miedos que impiden el movimiento exterior de la razón.

Los cambios no son propios de una clase social o grupo en el poder, tampoco son producto de un vagabundeo fenomenológico que ponga fin a las polémicas planteadas por problemas de las sociedades modernas, que todavía en su interior resguardan acciones e imaginarios petrificados, que son explotados por la instrumentalidad de discursos o personajes, que desde la ignorancia de las ambiguas relaciones entre lo bueno y lo malo, degradan  la conciencia a mera táctica o estrategia de devaluación operativa.

No podemos permanecer inmóviles, pugnemos por una itinerancia de vanguardia continua, como una especie de concepción en donde  se viva plenamente el tiempo, uniendo el pasado con el presente y el futuro (algunos poetas sostienen que el futuro es hoy), donde los actos sean la ruta del porvenir.

No esperemos que venga un mesías a llevarnos al mundo ideal, seamos itinerantes en la conciencia, una que haga búsquedas para resolver problemas próximos y cotidianos, en donde la meta no sea un fin sino el principio del mejoramiento del metabolismo social.

Reconozcamos que nuestra ecología humana está enferma, rechacemos el mesianismo y la salvación de los partidos políticos y medios de comunicación, y retomemos a la esperanza como alimento que nutra a la conciencia y nos empuje a caminar a una clase de andadura psicobiosocial, para vivir una historia de búsqueda hacia las diversas motivaciones de bienestar del ser humano.

No anulemos el acto vivido del día a día, recobremos la rebeldía y el combate como actos de fraternidad estables y no provisionales.

Tener una conciencia itinerante implica una revaloración de la existencia, donde el movimiento lleva a soluciones  y aleja a los usurpadores  de las circunstancias.

Si nos solidificamos se regresa al mito y al sacrificio, tomemos riesgos en las ideas, pues somos los propietarios de nuestra vida para realizar el propio desarrollo que interroga el fondo de las cuestiones y no su apariencia.

El problema de quien no es itinerante es provocar su propia miseria y la de los demás, pues la carencia de motivaciones polariza las mayores violencias  del ser humano.

La itirenancia de las conciencias rompe la ilusión del lamentable espectáculo que ofrecen algunas de las fracciones más empoderadas –económicamente- de la humanidad  en su miseria mental; si superáramos esta miseria las demás carencias se reducirían. 

Lastimosamente para esto último no tendríamos que vivir en un mundo y realidad capitalista (que sin ella nada existe) por lo que este texto es meramente divergencia dentro de la política del amor, un homenaje a esos pensadores del siglo XIX y XX, que propusieron la rebelión de las conciencias que hoy siguen igual de estancadas que las de hace más de 200 años (incluyéndome) 

LA CIMA                                                              21/03/24

Textos híbridos de periodismo contemporáneo          Bernardino Rubio Tamariz 

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