La cofradía de la pirueta

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Una cuadrilla de frotaesquinas y cucañistas ha desgastado suelas de zapatos trasegando las calles de Polanco durante décadas bajo cielo soleado, plomizo o ahumado.

Peritos en ordeñar las colmadas y pendulonas ubres del Estado, ni siquiera se contuvieron una vez que la artritis comenzó a avanzar por sus carpos y metacarpos. La costumbre querendona y cachonda los traicionó exhibiéndolos ante la opinión pública. Pandilla turulata y adicta al garrafón en sus inicios, asidua más tarde a convites truculentos condimentados con infaltables piculinas travestidas de edecanes o, más sospechosamente, de auxiliares que abrevan champagne a gollete de los botellones.

A lo último departían jocosamente sobre sus revistas ful que operaban como tapadera de chanchullos y tejemanejes para embolsarse buenos y manoseados dineros que les dispensaban una vida holgada y despreocupada que transcurría entre cocteles selectos, reuniones de relumbrón con fondo musical de violín y chelo de Boccherini, sesudas disertaciones regadas a su conclusión con un blanco Châteauneuf du Pape, aguerridos artículos de opinión en que defendían la independencia del poder judicial, fieras intervenciones en radio y televisión sentenciando la falta de compromiso de todos los demás con la democracia.

Contorsionistas del oportunismo, unas veces cobijados bajo el tricolor y otras veces envueltos en el blanquiazul, pero siempre aferrados a la jugosa y pródiga mamandurria del erario exprimida a conveniencia. Bandada de zopilotes crascitantes que revoloteaban alrededor del legado del Ausente, cuya viuda dejó sin fiduciario una pingüe herencia en derechos de autor que también pretendían llevarse bajo el ala sin descolgarse de la ubérrima. Falange indómita cuando se trata de sablear lo ajeno con apariencia de esa legalidad que excepcionalmente no requiere de justicia independiente.

Pepenadores de fortunas parapetados detrás de la presunción que oculta el pozo de corrupción excavado a golpe de abusos y desmanes. Saltimbanquis farfolleros que previenen de los males de la nación en caso de que el ciudadano no se someta a sus urgencias de fama, autoridad y posición. “Cofradía de la pirueta” ducha en fingimientos y simulaciones que levantan en sus labios palabras fatigadas como democracia, libertad, estado de derecho, separación de poderes, igualdad, solidaridad, educación, sanidad, corrupción, campañas sucias; mientras conversan con seriedad sobre la última reforma educativa que “no educa sino adoctrina”, y se llevan a la boca un canapé de Beluga sobre cama de Lurpak que ablanda el estremecimiento del paladar educado tardíamente, enfatizando la preocupación muy sincera ante la escolaridad infantil.

Tripulación de un barco pirata experta en abordajes que esconde la bandera de la calavera y las tibias cruzadas detrás de una autoasignada inteligencia al servicio del saqueo y del despojo. Inquisidores de pacotilla embadurnados de podredumbre que disfrazan con la arrogancia del pillo impune. Demagogos estrambóticos que ofrecen sus servicios de consultoría a condición de no soltar el pezón ajado de la teta exhausta de un famélico bovino tras aceptar que no hay oportunidad de regreso a la dehesa de la vacada rolliza y saturada. Tahúres del Misisipi que se sentaban a las timbas con cartas marcadas y crupier pagado hasta su proscripción de los locales de juego.

Aventureros que sueñan con la gloria esquiva de la posteridad a falta de porvenir, despeñados en la golfemia dorada de nudo de corbata Oxford y brogues a juego con el cinturón Hermès, cuando no suéter de cuello de tortuga negro sobre la piel blanca, casi transparente, de quien se dispone con mucha prosopopeya a invocar al Ausente. Cuadrilla mísera y caduca abrazada al mundo convocando la falsa precaución de esa “crítica” que es sólo otro síntoma de extravío y enajenación. Estafermos de remiso vigor, pese a estudiadas y artificiosas poses reducidos a lo que son: sombra, humo y nada.  

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