Intelectuales de todas las facciones deciden que es hora de definirse y definir a los demás
porque luego será tarde para definiciones. Hace unos años parecía que esta clase había pasado
a un higiénico olvido después de décadas de abusos y excesos. La polarización de la sociedad
también la experimentan intelectuales que optan por acentuar la polarización. La cercanía con
el poder genera irresistible seducción. De repente, maniobran como actores políticos: en unos
casos, para no perder favores del poder; en otros, para recuperarlos. Dos colectivos cerrados y
disciplinados se aprecian en lo nacional: por un lado, Letras Libres y Nexos, obsesionados por
rehabilitar la influencia anterior, en melancólica memoria de la etapa previa a 2018, significada
por copiosas prebendas personales y económicas; por otro, sedicentes izquierdistas
determinados a no arriesgar la posición de privilegio actual y mantenerla a como dé lugar.
Sustituyen las letras por la coacción, el debate por la consigna, el respeto por la amenaza.
Regresan los hommes de lettres adoptando por toda razón la militancia política movidos por la
ventaja particular. Inopinadamente vuelve el nocivo intelectual mexicano del siglo XX, siempre
postrado ante el poder actual o pretendido, a la espera de que migajas caigan en sus manos
extendidas de pordiosero.
Apenas hace una semana, 800 intelectuales de Morena firmaron una carta publicada en
un medio nacional, órgano oficial de AMLO. La nota parece irrelevante, pero sus silencios son
significativos. Los aguerridos firmantes proponen que Omar García Harfuch sea removido
como candidato a la jefatura de gobierno de Ciudad de México debido a su condición de
policía y a un pasado profesional asociado con Genaro García Luna. Apelan a la ética desde la
falta de ética. Se asumen voz del pueblo sin haber consultado al pueblo. Suplantan la
democracia reduciéndola al muy democrático interés faccioso. El lunes pasado una encuesta
aparecida en un periódico de Ciudad de México exhibía puntero de Morena a García Harfuch.
El pueblo sentenciaba su preferencia en ese momento. Pero también el pueblo exponía a un
grupo que lo manipula en nombre del pueblo, que lo requiere a la hora del voto pero no lo
sienta a la mesa. Este colectivo se considera pueblo pero opera como antipueblo a la hora de
las decisiones. Hay elitismo inconfesable que para unas cosas es pueblo y, para otras, lo
opuesto. Los intelectuales de izquierda proclaman la libertad que censuran en García Harfuch
aduciendo que los pecados de sus padres son también sus pecados. Es curioso que los pecados
de los padres de estos intelectuales no sean también los pecados de estos intelectuales. El
capricho rige la autoridad moral, decide a quien le corresponde cada pecado
independientemente de quien lo haya cometido. Estrategia de un anacrónico estalinismo muy
vigente.
Krauze y Aguilar Camín han impuesto a Xóchitl Gálvez en el Frente Amplio al igual
que antes habían impuesto a Ricardo Anaya, previsiblemente con el mismo resultado. Ahora
Paco Ignacio Taibo II y Elena Poniatowska censuran a un precandidato de Morena. No
sorprende el acostumbrado recurso inquisitivo de la izquierda, en todo caso que lo justifiquen
en nombre de la democracia aunque siempre justifiquen las prohibiciones en nombre de la
democracia. Unos pretextan la ciudadanía, otros, el pueblo, pero todos usurpan en nombre de
la democracia la voluntad de la ciudadanía y del pueblo.
Intelectuales y política
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