Estado de opinión

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La democracia es un estado de opinión en que la opinión es previa al voto libre y directo. La pluralidad de voces es requisito necesario para que el ciudadano adquiera su criterio respecto de ofertas políticas. La diversidad de opciones debería ser inherente a cualquier estado de derecho cuyo deber es salvaguardar esa pluralidad como expresión de la libertad. La actual polarización se asienta en el enfrentamiento de dos posiciones irreductibles sostenidas por los simpatizantes de la 4T y de sus detractores. Esta reducción exhibe la pobreza del debate y subraya el deterioro democrático del país. A esta situación contribuyen tanto quienes apoyan a Claudia Sheinbaum, como quienes optan por una crítica irrenunciable. Esta dinámica se mantiene desde el sexenio anterior en que López Obrador procedió a dividir la sociedad en dos bloques cada vez menos reconciliables. La polarización puede mantenerse en el tiempo a condición de que las descalificaciones ganen espacio a los argumentos, de que la pasión se sobreponga a la razón, de que la vehemencia arrumbe la prudencia inseparable del respeto a ideas ajenas. La opinión se ha contagiado del inmovilismo de la política aparentemente efervescente pero siempre encerrada en un bucle. La situación no puede ser más dramática no sólo porque el autoritarismo ha colonizado a modo instituciones oficiales e independientes, sino porque la oposición, desarticulada e incapaz de cualquier propuesta destinada a denunciar eficazmente atropellos y excesos, ha renunciado a su función.

            Durante la última campaña electoral, los partidos de oposición abdicaron de su deber para relegarlo en unos grupos de intelectuales que por momentos aparecieron como la verdadera oposición sin serlo en absoluto. Esta dimisión calculada produjo un extraño espejismo: la oposición se situó en la no-oposición, mientras que la no-oposición se asumió como oposición. Un año después de las elecciones, los partidos de oposición siguen sin hacer oposición porque fueron incapaces de formular un discurso convincente y los ilustrados que usurparon ese lugar se han dispersado refugiándose en la seguridad de la irrelevancia. Algunos quedan que intentan asomarse a determinadas tertulias televisivas quizás por nostalgia de lo que creen que fueron o quizás por compasión del presentador hacia estos huérfanos de presente. El oficialismo ocupa espacios decisivos de comunicación, censura voces críticas, amenaza con intervenir en la vida de los ciudadanos apelando a la seguridad con la infaltable violación la Constitución. El totalitarismo no necesita razones ni argumentos, se limita a consignas simplonas destinadas a consumirse y a repetirse en que lo relevante es el servilismo de autor siempre interesado en las prebendas.

            El periodismo de opinión padece una severa crisis contagiado de una política menesterosa y lúgubre. En vez de mantenerse a distancia, los comentaristas han abrazado las circunstancias a la busca de su provecho y en detrimento de la sociedad. La polarización misma expresa el autoritarismo del régimen. Conviene al morenismo, quizás también a los partidos de oposición, pero en absoluto a la ciudadanía. Una democracia es un estado de opinión significado por la pluralidad. En México no hay democracia porque la opinión es rehén de unos y otros.

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