En septiembre de 2023, Enrique Krauze publicó el artículo “Viejo y nuevo carisma”. Luego de cuatro meses, su relectura no tiene desperdicio. Manipular la historia para justificar el presente no es historia sino manipulación.
El autor nunca ha entendido los límites entre el intelectual y el poder porque prefiere ejercer de político bajo apariencia de intelectual antes que de intelectual que se opone al poder. En sentido estricto, no pretende hacerse de poder político sino de poder cultural que es otra manera de ejercer el poder político. Controlar las ideas es controlar adhesiones. El problema reside en que las ideas de Krauze y de su grupo resultan indiferentes para el 98% de los mexicanos; quizás el 2% puede interesarse en ellas sin compartirlas necesariamente.
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Dentro del insignificante porcentaje se encuentran políticos que han dirigido México hasta 2018: Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Sexenio tras sexenio, Krauze ha administrado un espacio de influencia que le ha reportado enormes beneficios económicos y personales. Durante ese tiempo aparentó ser intelectual para mantenerse vigente cuando sólo era un aventurero a la búsqueda de dominios y recursos públicos. Pero la fiesta se acabó hace seis años.
Bajo el mandato de López Obrador, Enrique Krauze ha equivocado su lugar como intelectual no a causa del acoso infame al que lo ha sometido el Presidente, sino porque nunca ha sido un intelectual. Su ausencia de la escena pública se debe a que no tiene nada que defender puesto que ha perdido lo único que le interesaba defender: un lugar junto al poder o en el poder. Al carecer de principios y de ideas reconocibles, extravía el único reducto desde donde criticar al poder. Se aprecia una constante.
Siempre ha denunciado a la oposición desde el poder, cambiando convenientemente de bando una vez efectuada la sucesión presidencial para criticar de nuevo a la oposición en un juego de manos que califica de crítica al poder. Unos días atrás se celebró el aniversario de la muerte del intelectual español Jorge Semprún a quien le unió amistad con Mario Vargas Llosa a pesar de sostener idearios opuestos. Coincidían en lo fundamental: el intelectual y el escritor deben comprometerse con la sociedad para transformarla. Sostienen que una vez muertas las ideologías, el compromiso reside en la lealtad a las propias convicciones. Ambos demostraron a lo largo de sus biografías esa fidelidad a principios que no fueron inalterables sino que en un ejercicio de congruencia crítica mudaron con el tiempo.
En Krauze no hay evolución porque nunca hubo ideas, no hay transformación porque no hay otra convicción que el interés inmediato. Por eso no se ruboriza al proclamar que es liberal socialdemócrata. El oportunismo es la única directriz visible de una actuación moralmente inconsistente. Krauze ha perdido un espacio ya irrecuperable porque no lo ha construido con convicciones sino con oportunismos. Paradójicamente, “Viejo y nuevo carisma” no lo escribe desde el ejemplar “arrebol de la fe en una idea o teoría”, sino desde la deleznable “explosión del agravio insatisfecho”, según el epígrafe de Cosío Villegas al artículo.
Comparar a Madero con Xóchitl Gálvez es una majadería. Pero afirmar que López Obrador no intervendrá en las elecciones porque no está en la boleta es una boutade. A ojos vista, el carisma y el poder de Andrés Manuel impulsan confortablemente la campaña de Claudia Sheinbaum. Las frívolas diferencias de porcentajes que Krauze consigna sobre los votantes de 2018 y 2024 no merecen consideración seria. Más atención amerita este retrato a modo de la candidata del Frente Amplio: “Xóchitl Gálvez no cree ‘encarnar’ al pueblo.
Es parte natural de ese pueblo. Ahí reside su carisma. Mujer ante todo, y de origen modesto, indígena y mestiza, sojuzgada, liberada por sí misma, estudiante, ingeniera, empresaria, funcionaria pública, su biografía es una metáfora del mexicano que busca una vida mejor. Nada más, pero nada menos. Alegre, valiente, firme, no se doblegará”. Nada queda de este retrato en enero de 2024, nada queda de esa simpatía, nada de ese carisma que reside en la rigurosa causalidad según la cual es carismática porque es pueblo.
Krauze no se pronuncia en favor de Xóchitl, sino en favor de sí mismo bajo el pretexto de Xóchitl. No escribe como intelectual, sino bajo apariencia de intelectual en que lo prioritario es la propia suerte. Krauze está extraviado porque no tiene convicciones. Seguirá desorientado porque el “viejo carisma” se impone con solvencia al extraño “nuevo carisma” que no asoma por ninguna parte. Confundir deseos con principios exhibe el temperamento intelectual de un individuo que se resiste a aceptar tanto su farsa como su crepúsculo.