Participar activamente dentro y fuera de la política me ha enseñado la necesidad de buscar un trabajo digno, justo y de calidad. Llámese formal, informal, doméstico, o de ámbito agropecuario. Hoy, esa distinción ya no es tan notable.
Corroboro esto utilizando la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo en el último trimestre de 2023 (INEGI), en donde se distribuye a la población de 15 años o más en dos rubros: Económicamente Activa, es decir, personas que tienen edad para poder trabajar; y No Económicamente Activa, es decir, quienes no tienen edad para trabajar y que no tienen trabajo.
De esa comparación, 61 millones de mexicanos son Población Económicamente Activa, donde 59.2 millones cuentan con un trabajo. En términos porcentuales, representa al 60.6% de la población de 15 a más respectiva de los 100.6 millones de mexicanos de ese rango de edad.
En cuestión de desempleo, la tasa disminuyó 0.6% con respecto al 2022, y la Población Económicamente Activa aumentó al 61%, esto a nivel nacional.
En la Ciudad de México tampoco ha presentado cambios tan absolutos en la cuestión laboral: En 2023, la Población Económica Activa aumentó un 5% con respecto al año pasado, donde la población con trabajo representa un 96.2%; y la población sin trabajo constituyó una baja de 3.8%.
La noción creciente de empleos formales ha llevado por un buen camino laboral y económico, ha abierto la calidad a muchos sectores sociales que se vieron socavados en años pasados. Todo parece encaminarse a una población con alimentación, salud, seguridad, educación, cultura y recreación.
Pero las historias no siempre tienen el mismo tono rosa, y los espacios para los jóvenes parecen estar más cerrados.
Existen cabezas muy brillantes en cada generación, pero particularmente la de hoy, con las herramientas que se gozan y el abrumante y enriquecedor mundo de información volátil, converge con muchas necesidades de la población y el fuerte vigor con el que se unen al sistema.
Sin embargo, no hay espacios de desarrollo ni cuentan con experiencia contable, su potencial es obligado a disminuirlo, con ello socavan sus aspiraciones por necesidades. Trastocan su divino talento de las oportunidades, por un espacio de necesidades.
Confronto esta idea con datos duros: según INEGI, la tasa de desempleo en los jóvenes entre 15 y 29 años es doblemente mayor a la media del mercado; el trabajo informal asciende a 66.9%; Y si hablamos de los jóvenes en ocupación (personas que tienen edad para trabajar y que ya están trabajando), estos perciben ingresos de entre $6316 pesos hasta los $2470 pesos mensuales. Una percepción en algunos casos grosera o precaria.
Las oportunidades se cierran, se echan culpas a la calidad de educación o la “falta de habilidades”. No es correcto que la edad sea una medición para definir la capacidad de una persona y mucho menos las condiciones sociales. En el mundo existen oportunidades para todos y ámbitos de movimiento que confronten necesidades específicas. Apoyar a los sesgos juveniles a que encuentren su sección en el mundo aglutinado y desarrollen sus habilidades para la eficiencia del objeto de trabajo, el relevo generacional y la innovación en el mundo laboral no tendría pecado ni castigo, tanto para los beneficiarios como al sector laboral.