El drama judicial como género

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La relación del cine con los temas de justicia y su relación con los derechos humanos, podríamos decir, hoy en día, que se ha dado desde hace muchos años. A partir de que el cine, de ficción o documental, abordan en sus narrativas los conflictos de los seres humanos con sus entornos, podemos entrarle al estudio del llamado cine y derecho.

Y de esos conflictos, de los seres humanos con su entorno, algunos han tenido que resolverse en los tribunales o en las cortes judiciales de sus lugares de origen, y por su importancia y trascendencia, han sido llevados a la pantalla grande. Recordemos El Caso Dreyfus (L’Affaire Dreyfus, 1899) aquel corto del cine silente en torno a una sentencia sobre antisemitismo, que adaptó el genio Georges Méliès cuando descubrió las maravillas del cinematógrafo.

Fue en 1957, cuando el actor norteamericano Henry Fonda, propuso al destacado director Sidney Lumet, llevar al cine una historia que ya había sido presentada en obras de teatro y películas para la televisión, sobre un joven acusado de asesinar a su padre con una navaja y cuya situación estaba en manos de un jurado de 12 personas, todas convencidas de su culpabilidad menos uno, quien pondría sobre la mesa distintas dudas que podrían hacer cambiar el veredicto. Surgía así la versión más vista de 12 hombres en pugna (Twelve angry men).

Ese mismo año, el realizador Billy Wilder, de la mano de grandes actores como Marlene Dietrich, Tyrone Power y Charles Laughton, contaban la historia de un hombre acusado de matar a una mujer mayor para quedarse con la herencia en Testigo de Cargo (Witness for the Prosecution, 1957) donde podíamos acercarnos a las tradiciones de un juicio londinense.

Cinco años más tarde, el director Robert Mulligan adaptaría la novela homónima de Harper Lee Matar a un ruiseñor (1962) en donde el abogado Atticus Finch, personificado magistralmente por Gregory Peck, defiende a un hombre negro acusado de abusar sexualmente de una mujer blanca, en una época de racismo y discriminación. Hoy Atticus Finch es considerado uno de los mejores héroes ficticios norteamericanos. Se consolidaba así un género cinematográfico: el del drama judicial o el de películas de abogados, que a la fecha ha dado cientos de obras fílmicas.

Me atrevo a asegurar que es un género que ha crecido y que ha permitido ser analizado actualmente desde otras narrativas, a partir de la reforma a la Constitución mexicana en materia de derechos humanos, porque desde entonces, se deben reconocer en nuestro país, no sólo los derechos que contienen nuestras leyes sino todos aquellos contenidos en convenciones internaciones, esto es, el catálogo de derechos se amplió.

Así que, hoy, para revisar un drama judicial, no basta que una película se desarrolle en un juicio y tenga como personajes a abogados, basta que exista una violación a los derechos humanos. Como ejemplos, en La forma del agua (2017) de Guillermo del Toro, se pueden revisar temas de desigualdad, de racismo y autoritarismo; en La Camarista (2018) de Lila Avilés o en Roma (2018) de Alfonso Cuarón, se pueden revisar los derechos del trabajo doméstico, o qué tal en Barbie (2023) de Greta Gerwig, que permite hablar de feminismo, patriarcado, o capitalismo, consumo, y hasta de vivir en una sociedad en un ambiente libre de violencia.

Drama judicial, cine y derecho o películas para abogados, cómo sea que se les llame, con las herramientas adecuadas, sirven como vehículos perfectos para entender nuestros derechos a través del cine y desde innumerables películas. En esta columna, cada semana, repasamos alguna de ellas, así que, nos leemos el jueves.

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