Héctor Aguilar Camín está inquieto ante la resolución del Instituto Nacional Electoral y las decisiones del Tribunal Electoral. No parece confiado en que la sobrerrepresentación en el Congreso y en el Senado respete el resultado de las urnas. Advierte la amenaza que representa para la democracia mexicana la aceptación del número de escaños y curules que exige la coalición de Morena, Partido Verde y Partido del Trabajo; se alarma con el regreso de la autarquía; se inquieta frente a la desaparición de los contrapesos destinados a que no sucediera lo que ha sucedido. Desde luego, se requiere bastante optimismo y buenas dosis de humor para calificar de democracia a la democracia mexicana; confiar en el INE implica un grado de enajenación no menor; depositar esperanzas en los contrapesos parece gesto de quien ya no espera nada. El sistema no se desmorona, ya está desmoronado, pero el infatigable vendedor de ilusiones se aferra a un deus ex machina imposible porque estas cosas no suceden en la realidad real. Pero este no es el asunto de esta colaboración. El tema es la autoridad de que presuntamente goza Aguilar Camín para preocuparse ahora del regreso de una autocracia. En la mesa de análisis de Latinus, quedó claro que la inminente autocracia, más autocrática que la de los últimos seis años, no es equiparable a la autocracia ejercida durante setenta años por el PRI porque el Revolucionario Institucional, si bien no era demócrata, era un partido de Estado aunque fuera autocrático. La diferencia es definitiva. De manera que ese autoritarismo operaba como mal menor frente al que llega ahora el mal mayor de Morena que no es un partido de Estado. Un razonamiento de calado de consecuencias incalculables. Dejo de lado el comentario de Silva-Herzog Márquez sobre la necesidad de reflexionar acerca del tipo de autarquía que viene. Una vez que la padezca no creo que al intrépido intelectual le interese mucho este tipo de disquisiciones, ocupado en buscar una institución en el extranjero que lo reciba, hacer las maletas, dirigirse al aeropuerto y volar a destino.
En realidad lo que dijo Aguilar Camín es que la autarquía del PRI era una autarquía civilizada porque financiaba pródigamente su revista Nexos y todo tipo de actividades destinadas a llenar sus cuentas corrientes. Lo que sucede ahora no es que el autoritarismo de Morena sea menos civilizado que el del PRI, sino que Aguilar Camín no está ubicado en el lugar correcto para extender la mano. Todo indica que las autarquías son buenas o malas según la cercanía que los individuos tengan con el autócrata. Pero no es así, los totalitarismos son siempre perniciosos por muchos motivos pero sobre todo porque su principal enemigo es la libertad de los ciudadanos. Aguilar Camín no debería criticar esta nueva autarquía, que a pesar de las reservas botánicas de Silva-Herzog es la autarquía de siempre, puesto que es quien es a causa del autoritarismo de Salinas de Gortari y del PRI, y luego de los que fueron desfilando bajo la apariencia de un poder compartido que siempre estuvo en los mismos puños. Aguilar Camín no tiene autoridad para sus críticas, independientemente de la sinceridad con que se expresa de la que no dudo, como tampoco dudo de la complicidad que mantuvo con Salinas. Los errores de juventud se pagan siempre y todos. Apostar al olvido es una estupidez porque no todos olvidan y algunos saben esperar. Otros no necesitan ni quieren esperar, como Julio Scherer que desnudó al completo las fechorías del compañero de Leo Zuckerman en unos textos traspapelados por conveniencia.
A determinada edad conviene hacerse responsable del propio pasado para rematar la vida con dignidad aunque sea relativa. Aguilar Camín, a quien hay que reconocer su combatividad y beligerancia, exhibe todas las carencias de la mal llamada oposición. Levanta la mano quien se debe a la prudencia, señala quien necesita guardar discreción, acusa aquel cuyas faltas se equiparan con las denunciadas. Este sistema que algunos llaman democracia nunca fue una democracia porque quienes lo levantaron lo hicieron a sabiendas de cómo manipularlo. Por eso todo es casi en que lo importante para la minoría avisada es el casi. Pero precisamente por ese casi, la supuesta democracia se ha derrumbado como un castillo de naipes y ha sido sustituida no por una autarquía, sino por una tiranía que es lo que en verdad procede.