Chesterton en México hoy

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Campechano y dicharachero, Gilbert Keith Chesterton hizo de su vida homenaje a la vida. Inteligente y despistado, sus escritos dan cuenta de lo primero, formulados muchas veces en esos tiempos accesibles cuando se llega tarde a un tren y Chesterton casi siempre llegaba tarde a todos los trenes. El ingenio asomaba en sus conversaciones con la misma naturalidad con que irrumpían sus sonoras carcajadas porque para él lo natural era el ingenio acompañado de carcajadas, vaso de whiskey y puro, corolario a una generosa degustación ofrendada en platos desbordados en las tabernas de Fleet Street.

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Su humanidad incontenible escondía un temperamento depresivo vencido después de bautizarse en la fe católica. No fue una conversión repentina, sino lento proceso que concluye entrado en los cuarenta. Para Chesterton, el catolicismo era un extraordinario ámbito de libertad que le equipó convenientemente para sus críticas más vehementes en contra del establishment político e intelectual. La paradoja fue su formidable recurso para exhibir las aparentes contradicciones del discurso público. Desplegó su crítica hacia diferentes áreas y actividades: la corrupción de la clase política, la cultura de la muerte, la decadencia del arte.

Sus intereses no le impedían denunciar los excesos incluso de aquellos hacia los que sentía afinidad. Fustigaba con igual intensidad a progresistas y conservadores: “los progresistas se dedican a cometer errores y los conservadores, a evitar que se corrijan esos errores”. Observación muy pertinente en el México actual en que el oficialismo comete todo tipo de tropelías y la oposición se dedica a aprovecharlas en lo que le conviene y evita señalar las consecuencias nocivas para la sociedad a cambio de unos votos.

Arremete en contra de la presunta objetividad que sólo esconde actitudes inconfesables: “La imparcialidad es el nombre pomposo de la indiferencia, que es la denominación elegante de la ignorancia”. La imparcialidad es vocablo habitual en labios de quienes únicamente son indiferentes e ignorantes, incapaces de optar por una postura reconocible a contrapelo de la mayoría. Por eso suele acompañarse de otro vocablo no menos decisivo y no menos recurrente, la tolerancia, “virtud de la gente que no cree en nada”.

Imparcialidad y tolerancia operan como reclamos para ocultar la cobardía y la incompetencia. Recordar a Chesterton en el contexto mexicano se antoja un deber. La polarización política parece obligar a posiciones en exclusiva críticas con los adversarios, renunciando a denunciar excesos y defectos de la facción propia. El enfrentamiento ciego entre ambas alternativas transforma la crítica en descalificación siempre del otro, impidiendo reconocer sus aciertos y desconociendo los propios desaciertos. Las campañas desnudan las verdaderas motivaciones de los grupos en conflicto. Epigmenio Ibarra, Jesús Ramírez Cuevas y Paco Ignacio II defienden el gobierno de López Obrador porque reciben lo mismo que recibieron de gobiernos anteriores Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda. Con ínfulas de intelectuales, estos individuos manipulan en cada caso a la población que asegura la preferencia hacia sus respectivos candidatos.

            Muchos opinadores han renunciado a la crítica prefiriendo la descalificación del adversario. Actitud que exhibe ausencia de opinión pero presencia de interés. Frente a la polarización no se aprecia crítica sino ceguera militante. Este proceso electoral está aniquilando la escasa crítica que existía en México, que tampoco era crítica, más bien monopolio de la opinión. Los primeros en renunciar son quienes deberían defenderla. Al final sucede lo ya registrado por Chesterton: “los progresistas se dedican a cometer errores y los conservadores, a evitar que se corrijan esos errores”. No existe imparcialidad que no provenga de la ignorancia, ni tolerancia que no proceda de la indiferencia, como no existe crítica que sea militancia ciega.    

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