Hay políticos que tienen la posibilidad, la capacidad o el poder de presentar las cosas a la inversa como si fueran del derecho. Exhiben políticas y acontecimientos contradiciendo la realidad revistiéndolos de realidad. Andrés Manuel López Obrador es quizás el perito más hábil en estos juegos de manos.
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Se dice de izquierda pero es recalcitrante conservador, se declara progresista siendo retrógrado, proclama a diario el fin de la corrupción cuando a diario se informan corrupciones de su círculo cercano que es igual a su propia corrupción, se promociona humanista pero es en exclusiva patógeno, declara un sistema de salud equiparable al de Dinamarca cuando el sistema de salud de México está peor que nunca, informa que el AIFA es aeropuerto de fama internacional al tiempo que se comprueba que es inútil, pretende democratizar el sistema judicial para colocar democráticamente a sus jueces, exige derecho de réplica en las mañaneras para calumniar y difamar, apela a la mentira cotidiana como trasunto de la verdad, acosa y hostiga a sus adversarios argumentando ejercicio democrático, presenta los tamales de chipilín en modo Beluga sin desmerecer a los tamales de chipilín, transgrede el reglamento del Instituto Nacional Electoral con el pretexto de que es una institución neoliberal, atenta contra el Instituto de Acceso a la Información con la excusa de que es un organismo a modo del conservadurismo, critica la libertad de expresión al considerarla campaña en su contra, Nicolás Maduro es un demócrata y un facho Javier Milei, Cayetana Álvarez de Toledo es injerencista en la política nacional pero sus opiniones sobre Gustavo Petro son de incontrovertible pureza democrática.
Todo esto, apenas apresurados apuntes del sexenio, palidecen ante la política de seguridad del obradorismo. Hay indicios de complicidad del gobierno con el crimen organizado, señales de acuerdos entre las fuerzas armadas y el narcotráfico, sospechas de connivencia con grupos delictivos. El homicidio de la candidata de Morena a la alcaldía de Celaya, en palabras del Presidente, es consecuencia del desgobierno del Estado de Guanajuato en que el gobernador gobierna pero no manda. Observación epatante teniendo en cuenta que en Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Sonora y en toda la República ni los gobernadores ni el presidente mandan, sólo gobiernan. Pero ¿qué gobiernan? Para López Obrador la lucha contra la violencia se reduce a tempranas reuniones con miembros de la defensa, secretarios de seguridad y gobernadores en que repasan las muertes del día anterior a la espera de las del nuevo día. Estrategia madrugadora que para Andrés Manuel es toda la estrategia.
La muerte de la morenista de Celaya es igual a la muerte violenta de cualquier mexicano. ¿Por qué arremete el presidente contra el gobernador de Guanajuato? ¿No debería mirarse a sí mismo y arremeter contra su incompetencia e incapacidad? Tanta mentira, tanta simulación, tanto ilusionismo sólo confirman lo que ya apunté una vez en esta columna hace unas semanas. Si la prioridad de cualquier gobierno es la seguridad de sus ciudadanos, este gobierno dimitió de sus funciones desde el inicio. Un gobierno que gobierna pero no manda para el que las muertes son sólo oportunidades políticas. Un gobierno al revés que por misteriosas causas insisten que es al derecho.