La aprobación de la reforma del Poder Judicial entre martes y miércoles no se apartó del guion previamente establecido por Andrés Manuel López Obrador y de obediencia obligada para morenistas. La oposición denunció chantajes y amenazas a sus senadores que misteriosamente no había previsto en su libreto, pero que se repiten en cada reforma del tipo que sea. Nada nuevo, ni nada fuera de lo previsible aunque no fuera previsible para Marko Cortés. Acción Nacional no tiene pretextos para justificar su fracaso, puesto que ese fracaso se hizo presente desde el momento mismo en que el presidente de México informó en febrero de tramitar la iniciativa. De la misma manera que Acción Nacional en seis años fue incapaz de adoptar una estrategia eficaz de oposición, en estos seis meses no guardó precaución alguna confiando su indiferencia al resultado de las elecciones de junio. Mientras, Marko Cortés confeccionaba la lista de senadores plurinominales al servicio de sus ambiciones particulares, ajeno a la urgencia de la nación, únicamente interesado en su ganancia y la de sus deudores. Los nombres de los plurinominales causan rubor y explican una traición que en realidad es consecuencia de la traición anterior y definitiva cometida por el propio Cortés y el Comité Ejecutivo Nacional. Si Marko y el CEN traicionaron a militantes y ciudadanos parecería natural que cualquier senador pudiera traicionar a Marko y su CEN. Cortés preparó la lista de candidatos plurinominales al Senado, de manera que conocía de primera mano prospectos y riesgos. Si no hubiera sido Miguel Ángel Yunes, habría sido otro de los senadores pulcramente seleccionados por el dirigente de la formación porque no se distingue con lealtad a quien ha traicionado previamente.
El naufragio de Acción Nacional inició hace años, pero se acelera con Ricardo Anaya que manipuló al partido y a su ejecutiva para rendirlos a sus ambiciones, después de transformarlo en una empresa particular de capital público cuyo funcionamiento supervisó Damián Cepeda y engrasó Marko Cortes, con el silencio cómplice de la dirigencia local, estatal y federal. Anaya abolió la democracia interna, cerró el padrón de afiliados, impidió la llegada de cuadros jóvenes y competitivos. Se alejó con premeditación de la sociedad para ocultar sus fechorías y las de su dirigencia. Ahora no se le caen de la boca las palabras democracia, lealtad, respeto. Esa es la verdadera traición, a la que concurrió solícito Marko Cortés, sin olvidar a las estantiguas Santiago Creel, Josefina Vázquez Mota, Ceci Romero y toda la patulea de golfantes. Escribía Oliver Goldsmith que lo moralmente falso, políticamente no puede ser verdadero. En la actualidad, Acción Nacional es falso en lo moral por lo que carece de verdad en lo político. Tras la debacle de estos días, como siempre después de cada debacle que acostumbra a coincidir con resultados electorales o algún revés en el legislativo, los dirigentes apelan a la refundación del partido que desde luego acometerán los mismos que lo hundieron. Baste pensar en la amenaza de que Jorge Romero llegue a la presidencia de la formación. Acción Nacional es prisionero de su melancolía, incapaz de evadirse de un bucle que espejea cada tropelía de sus líderes con el ideario originario, encerrados en un azogue especular, entregados a la apariencia ante la imposibilidad de presentarse como son.
El partido es inviable porque habría que recuperar principios debidamente consignados en la doctrina de Gómez Marín asociados con generosidad, servicio y dignidad. Ninguno que conozca la actual dirigencia. El mejor favor que en estos momentos puede hacer esta Acción Nacional a la ciudadanía es disolverse, expulsar a quienes han destrozado el partido en lo nacional y local, rescatar aspectos oportunos de su ideario, cambiar nombre y siglas, buscar el registro de otra alternativa política. Yunes traicionó, pero a una dirigencia que antes había traicionado al partido hasta volverlo irreconocible.
