Cada fin de año el balance de los meses anteriores invita a un juego entre imaginación y realidad. Lo que fue no pocas veces se traspasa de lo que pudo ser, agregando involuntario optimismo a un panorama que no lo es en absoluto. Hay algo semejante a instinto de supervivencia en estas ponderaciones en que mirar la realidad de frente resulta una enorme decepción. Se antoja difícil aceptar que el futuro inmediato esté condicionado por el pasado reciente cuando siempre el reciente pasado condiciona el inmediato futuro. 2023 ha traído de manera incuestionable el descrédito de la razón. No es que la razón haya entrado en crisis es que ha desaparecido como facultad para comprender la realidad.
Llama la atención que de repente tantas generaciones formadas bajo el lema de la ilustración elevada a consigna por la Revolución francesa, “Libertad, igualdad, fraternidad”, hayan renunciado a su actualidad.
De esta divisa se desprenden tolerancia, rigor científico y progreso. Se acepta con completa naturalidad que cada mañana el Presidente de México acose a periodistas que manifiestan libremente su opinión, que persiga a disidentes de su gobierno, que censure las legítimas ambiciones de ciudadanos para mejorar su calidad de vida. A eso se llama democracia plena. Se normaliza que los integrantes del crimen organizado reciban trato de respeto que no merecen en opinión de López Obrador quienes critican sus políticas, que gobierne para una porción de mexicanos en lugar de tratar por igual a todos, que fomente la desigualdad entre sectores de la población sembrando discordia. A eso se le llama respeto a la pluralidad.
Se recibe con naturalidad que la fraternidad haya devenido enfrentamiento y fractura social, división y violencia, polarización y encono, que la solidaridad haya sido sustituida por el resentimiento. A eso se le llama no somos como los de antes. No incomoda que la razón haya sido desplazada por el interés argumentando que todo lo que parece irracional es en realidad muy racional. La irracionalidad lleva años asediando a la razón hasta imponerse proponiendo disparates resultado de un delirio continuado y colectivo.
La emoción preside la sociedad y su administración calculada permite la implantación de políticas ante la indiferencia de la sociedad ocupada en sus carencias materiales. El mundo sólido de no hace tanto es relativo y ahora execrable hasta que se derrumbe al completo. Los escritores de hace treinta años podían escribir sobre cualquier cosa, sin limitaciones, ya no. Los pintores podían tratar cualquier tema sin impedimentos, no ahora. Los pensadores pensaban cualquier cosa y podían expresarla, pero hoy tampoco. Consecuencia de esta falta de libertad es la irrupción de polémicas insustanciales y frívolas como repuesto de debates serios y de interés público. La mujer ya no es mujer sino “persona con vagina”.
La izquierda es más izquierda si vive en Polanco. Los hombres que no han acosado a ninguna mujer son denunciados por acoso. Todos los hombres son misóginos. Las mujeres ya no son feministas porque lo importante son los derechos de transexuales. La 4T ha acabado con el crimen organizado y, además, ha terminado con la corrupción. No hay pruebas pero en 2006 hubo fraude electoral. No hay medicinas para los niños con cáncer pero se proclama que las medicinas se encuentran en cualquier farmacia. Mueren 700.000 mexicanos en la pandemia pero la gestión de López-Gatell fue de primera. La derecha es mala pero la izquierda es buena. Izquierda no significa nada que López Obrador no quiera que se signifique.
En resumen, 2023 nos deja que los inocentes son culpables, los desechos se llaman ahora productos de calidad y lo bueno es malo y viceversa. El asunto sería preocupante si no fuera porque lo preocupante reside en la irrelevancia.