
A cinco meses del regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el balance preliminar de su segundo mandato en materia de política exterior es preocupante y refleja un panorama más incierto y polarizado que el que dejó en 2021.
Durante su campaña electoral, Trump prometió resolver rápidamente dos de los conflictos internacionales más graves: la guerra en Ucrania y la crisis en Gaza. Sin embargo, lejos de cumplir con esas promesas, la situación en ambos frentes se ha estancado o incluso agravado, mientras que la Casa Blanca no ha logrado presentar una estrategia clara y eficaz para influir en su resolución.
El presidente enfrenta ahora un dilema de gran magnitud: decidir si Estados Unidos debe involucrarse militarmente en la escalada del conflicto entre Israel e Irán, una guerra que, de no ser contenida de forma rápida, podría desestabilizar gravemente la región de Oriente Medio.
Con Teherán intensificando su respuesta a los ataques israelíes y el primer ministro Netanyahu acelerando la ofensiva, el espacio para la diplomacia se reduce. La ambigüedad estratégica de Trump, caracterizada por amenazas imprecisas y mensajes contradictorios, aumenta la incertidumbre en la arena internacional.
Por otro lado, algunas de las controvertidas iniciativas geopolíticas impulsadas al inicio de este mandato —como la incorporación de Canadá como el estado 51, la anexión de Groenlandia o la recuperación del control del Canal de Panamá— han perdido relevancia ante la gravedad de los conflictos actuales. Aunque no han sido formalmente descartadas, estas propuestas se han limitado a gestos simbólicos o aspiraciones nacionalistas sin viabilidad inmediata.
En un contexto global marcado por múltiples conflictos armados, tensiones entre potencias y el debilitamiento del multilateralismo, la falta de una dirección clara y coherente por parte de la administración Trump genera una mayor confusión estratégica y contribuye a la inestabilidad internacional.
La conclusión es contundente y preocupante: Trump ha regresado al poder en un mundo más complejo y peligroso que el que dejó en 2021, y su estilo errático e impredecible de liderazgo en estos cinco meses ha amplificado esta incertidumbre. Si no redefine sus prioridades y actúa con mayor responsabilidad y visión global, este segundo mandato podría pasar a la historia no por restaurar la grandeza de Estados Unidos, sino por acelerar su declive como potencia global confiable.
El riesgo es que Estados Unidos deje de ser la “nación imprescindible”, como la llamó la exsecretaria de Estado Madeleine Albright, para convertirse en una nación impredecible.