El derecho a la vivienda digna y la modificación de los barrios y colonias en México, a la luz de la gentrificación, constituyen una latente preocupación respecto a la pérdida del territorio; la resignificación y reapropiación de los espacios, pero también las bases ideológicas desde las que lo hacemos, es imperativo.
En la Ciudad de México existe un espacio geográfico que no sólo representa, sino que fue deliberadamente diseñado, para recrear el concepto de resignificación: Tlatelolco.
Su historia, su vigencia, pero sobre todo, su legado para las generaciones chilangas, son de un valor cultural e ideológico innegable. En el marco de los casi 700 años de la fundación de la México-Tenochtitlán, conversemos sobre la invitación de Tlatelolco a abrazar el cambio, sin olvidar el origen y la prospección de nuestros pasos como sociedad.
Tres Culturas
Tlatelolco fue fundada en 1338. Su importancia radica en que, en sus inicios, se gesta como una ciudad que buscó escindirse del imperio tenochca, fundada al norte de la entonces México-Tenochtitlán por una tribu que eventualmente se autonombra tlatelolca: “persona del montículo de arena”.
Con el tiempo, el imponente centro de comercio de esta ciudad pasa a convertirse en el de ambos lugares, que también abrazaba una importante significación espiritual, erigiendo templos de estructura circular (únicos en su tipo) en adoración a Ehécatl: dios del viento que, en la cosmogonía náhuatl, constituye un símbolo de la animación de seres vivientes.
Este territorio, que se hizo fuerte en su búsqueda de autonomía, fue el último bastión en la resistencia indígena ante la guerra de conquista.
Para 1535, durante el proceso de colonización del territorio para convertirlo a la religión católica y consolidar, de esta forma, el nacimiento de la Nueva España, la orden franciscana funda el Colegio de la Santa Cruz, con parte de lo fue el material de construcción de los templos y espacios ceremoniales de la tomada ciudad nahuatleca. Más tarde, en 1609, el templo fue dedicado a Santiago Apóstol: figura católica a la que históricamente se atribuye la difusión del cristianismo en Occidente.
En 1960, el presidente Adolfo López Mateos, influido por las tendencias regionales orientadas a la modernización de América Latina, concluye fundar una “ciudad dentro de la ciudad” que albergara la historia de tres Méxicos: el prehispánico, el colonial y el moderno.
Así, con el arquitecto Mario Pani como aliado, en 1964 es inaugurado el Conjunto Habitacional Tlatelolco, constituido por 102 edificios con 11, 916 departamentos, divididos en tres secciones: la primera, delimitada por las avenidas Insurgentes norte y el Eje Guerrero; la segunda, por el Eje Guerrero y el Eje Central; y la tercera, por el Eje Central y Paseo de la Reforma.
Al hoy Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco lo habitan plazas públicas, escuelas, guarderías, clínicas, clubes sociales, dos deportivos, siete teatros, su Puente de Piedra y su “Ágora”, la Torre Insignia (Banobras), el antiguo edificio de Relaciones Exteriores (hoy propiedad de la UNAM), restaurantes, centros comerciales, tianguis itinerantes y toda clase de negocios locales.
Tlatelolco tiene, además, su propia estación de metro y una estación de metrobús por cada sección (Manuel Gonzalez, Ricardo Flores Magón y Tres Culturas). Pero es probable que lo más emblemático sea su Plaza de las Tres Culturas, ubicada en la Tercera Sección, que exhibe la unión de esos tres Méxicos que, desde su fundación, pretende reunir.
Sin embargo, si a Tlatelolco podemos asignarle un valor histórico no es solo por su arquitectura: es, sobre todo, por dos sucesos que este espacio albergó en el siglo XX. Y por los vestigios que conserva del proceso de colonización en el XVI.
Tres Culturas
Su primera tragedia la constituyó la construcción de la Iglesia de Santiago a partir de la destrucción de edificaciones prehispánicas, como símbolo de poder de un imperio (el español) sobre el otro (el tenochca). Como un intento por nombrar (cruelmente) que, sin la “destrucción” del pasado, el presente no podría “cimentarse”.
El 14 de febrero de 1967, Tlatelolco fue sede de la firma de un tratado internacional orientado al desarme nuclear de las naciones presentes en la zona de aplicación de este documento: el Tratado para la proscripción de las armas nucleares en la América Latina y el Caribe (Tratado de Tlatelolco). Como parte del evento, el presidente en turno, Gustavo Díaaz Ordaz, ordenó la construcción de un monumento para dejar vestigio del suceso.
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Poco más de un año más tarde, en octubre de 1968, Tlatelolco fue también el punto de reunión de grupos estudiantiles, profesores, obreros, amas de casa, sindicatos e intelectuales, que interpelan al gobierno mexicano a desmilitarizar planteles de educación media superior de la UNAM y el IPN, demanda que en realidad encerraba una causa más grande: no convertir los Juegos Olímpicos, a celebrarse en México por aquellos días, en “cortina de humo” ante las graves problemáticas sociales que lastimaban al país.
La respuesta del gobierno a estas movilizaciones fue la censura, a través de un tiroteo masivo contra civiles que cobró, según cifras aproximadas (pero nunca confirmadas), cerca de 325 vidas, miles de personas heridas y otras más detenidas arbitrariamente, además de una segunda huella de injusticia sobre el suelo tlatelolca, constituyendo su segunda gran tragedia.
La tercera vino en 1985, cuando luego de un terremoto de 8.1 grados, el edificio Nuevo León cayó y cobró entre 200 y 300 vidas, dejando una profunda herida en la población tlatelolca que al día de hoy continúa habitando el complejo habitacional; pero también un recuerdo de la solidaridad chilanga pen labores de rescate y reconstrucción.
Un México
Podríamos hablar de lo que México ha sido a la luz de las etapas que forman parte de la identidad colectiva de un lugar como Tlatelolco.
Pero más allá de la crónica de sus tragedias, la historia general que este lugar cuenta no es la de su dolor, sino la de su supervivencia a través del tiempo como un territorio que nombra sus orígenes y los convierte, constantemente, en puntos de partida para su evolución. Esta conversación, entonces, no es acerca de un lugar: es sobre sus enseñanzas.
Cada cultura que ha habitado este territorio representa algo de lo que México ha sido: una nación robusta y digna, conquistada a partir de la espada y la cruz; una sociedad que encontró en la solidaridad, tras la caída de sus edificios, un poco de la humanidad que le han robado en la represión frente a la insurgencia en sus calles; y la de un país que no deja de reorganizar su espacio para ver en la cultura, el deporte, la recreación y la memoria para la no repetición, una respuesta ante la imposición de la desigualdad y la sangre.
La invitación de Tlatelolco como territorio no es solo a la memoria y a los orígenes desde una premisa de historias aisladas: es a pensar en aquello que somos, como colectividad, a partir de la integración de todas las piezas. A pensar en posibilidades: ¿hacia dónde queremos ir tomando como base la memoria de lo que nos constituye?
Un pueblo conquistado. Un pueblo castigado al rebelarse. Pero también, un pueblo que puede encontrar esperanza en cada fragmento de su historia, y de la solidaridad de su gente, para diseñar un futuro más amable.
Tlatelolco es hoy, ante un fenómeno de gentrificación global, una fortaleza de resistencias. Refugio de mascotas y huertos urbanos. De murales que invitan a repensar la realidad. Es un pueblo, dentro de la ciudad, que todavía cultiva su tradición oral. Un pulmón arbolado. Alberga al Centro Cultural Universitario Tlatelolco, la Unidad de Vinculación Artística (UVA), los proyectos especiales Piso 16: Laboratorio de Iniciativas Culturales y Diálogos por la Democracia, todos de la UNAM.
Si quieres vivir del arte y la cultura, @piso16unam da a jóvenes dedicad@s a la creación artística, la comunicación y la gestión, la posibilidad de analizar y definir formas de sostenibilidad.
— CulturaUNAM (@CulturaUNAM) June 21, 2023
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Tlatelolco es un circuito de posibilidades en respuesta al despojo y desanclaje de lugares propios frente al extractivismo, que ha sido, antes que todo, cultural. Un lugar lleno de memoria para repensar nuestra identidad y volver a organizar nuestras derivas como ciudadanía: como mexicanos.