El fotodocumentalista colombo-mexicano, hizo de la imagen una herramienta para la memoria, fue testigo visual de las luchas latinoamericanas del siglo XX
Rodrigo Moya, una de las miradas más agudas y comprometidas de la fotografía documental en América Latina, falleció este miércoles a los 91 años en su hogar de Cuernavaca, Morelos. A su lado estuvo su esposa, la diseñadora Susan Flaherty, con quien compartió sus últimos momentos, luego de una larga enfermedad.
Moya no solo retrató rostros históricos como el de Ernesto «Che» Guevara o Gabriel García Márquez. Su lente capturó también la crudeza de las desigualdades sociales y los movimientos revolucionarios que marcaron el pulso del continente durante las décadas de 1950 y 1960. En cada imagen, dejó testimonio de una época convulsa, violenta y, al mismo tiempo, profundamente humana.

Nacido el 10 de abril de 1934 en Medellín, Colombia, de madre colombiana y padre mexicano, Rodrigo Moya creció entre dos culturas que más tarde quedaría reflejadas en su mirada fotográfica. Aunque inició estudios de Ingeniería Civil en la UNAM, pronto abandonó los cálculos estructurales por la luz y el encuadre. Se formó bajo la guía del fotoperiodista Guillermo Angulo y, desde mediados de los años 50, colaboró con revistas como Impacto y Sucesos, donde se consolidó como jefe de fotografía.

Su obra es vastísima: desde escenas cotidianas hasta conflictos armados, pasando por retratos que hoy son iconos del siglo XX. Uno de ellos, “El Che melancólico”, tomado en La Habana en 1964, revela el lado introspectivo del guerrillero argentino. En ese mismo viaje a Cuba, Moya estuvo acompañado por el caricaturista Rius.


También fue el autor del célebre retrato de Gabriel García Márquez con un ojo morado, resultado del famoso golpe que le propinó Mario Vargas Llosa en 1976. Fue el propio Gabo quien visitó la casa de Moya dos días después del incidente para registrar la imagen. “Él quería documentar ese momento, como hacía con toda su vida”, relató el fotógrafo en una entrevista al New York Times.



Pero Moya fue mucho más que un cazador de imágenes célebres. Su trabajo se enfocó principalmente en la denuncia y la memoria. Documentó las guerrillas en Venezuela y Guatemala, la Revolución Cubana y la invasión estadounidense a República Dominicana. Sus imágenes no eran solo informativas; estaban cargadas de indignación. “Si tienes miedo no puedes ser fotógrafo. No me atemorizaban los hechos violentos; me llenaban de rabia”, solía decir.

En 1999, junto a Flaherty, fundó el Archivo Fotográfico Rodrigo Moya, una colección que resguarda su legado: negativos, impresiones y fotografías personales que narran las luchas sociales de América Latina con una intensidad que ningún texto podría igualar.
«La fotografía fue para mí la aproximación más intensa a la vida, a la naturaleza del mundo, a los seres y cosas que entraron por mi lente y allí siguen, poblando la memoria y la pequeña superficie del papel fotográfico, negándose a morir, mirándome con los mismos ojos con que me miraron hace décadas»
Aunque recibió múltiples reconocimientos, como la Medalla al Mérito Fotográfico (2007) y la Presea Cervantina (2014), Moya siempre prefirió que su obra hablara por él. “Lo que a mí me interesó como fotógrafo fue el fluir de la vida… desde el amor y el juego, hasta la guerra, la muerte y la fe”, escribió alguna vez.
