Sorprende que las encuestas sobre las preferencias de los candidatos a la presidencia de la República apenas se hayan movido en estos meses de campaña. No es creíble que se mantenga esa distancia ante el panorama nacional. Hay quien se excusa con el voto oculto o con los indecisos. Quizás haya algo de esto, pero no es lo único. Da la impresión de que el estancamiento obedece a factores que se asocian con el proceso electoral o que lo condicionan. La inacción de los partidos de oposición (PAN, PRI y PRD) durante el sexenio en lo municipal, estatal y federal desemboca en desafección a su candidata. La renuncia a posicionarse como opciones de referencia inhabilita los esfuerzos de Xóchitl. El asunto se vuelve dramático al contemplar la realidad de México. A priori no hay mejor escenario para la oposición que el actual. Violencia incontrolable, feminicidios, manipulación de número de desaparecidos, ultrajes a madres buscadoras, corrupción de la judicatura, corrupción de López Obrador, su familia y sus colaboradores, desabasto de medicinas, secuestro de la bandera, intervención diaria del presidente en las elecciones, etcétera. La candidatura de Gálvez está lastrada por la incompetencia de los partidos que la cobijan. Desde luego, no es la mejor candidata, pero su tesón merecería haber recortado más puntos a Claudia Sheinbaum. Las auscultaciones no reflejan eso, lo que no impide sospechar de los intereses de las casas encuestadoras.
Una mirada a los programas de ambas candidatas revela que no hay tantas diferencias entre unas propuestas y otras. Incluso, podrían intercambiar candidaturas. Pero hay algo que se antoja decisivo y que exhibe la poca credibilidad de las encuestas. Morena es una banda de aventureros aglutinados en torno a un líder que no sabe gobernar, que se ha dedicado a perseguir a sus rivales, que ha derrochado el dinero público, que abandona a quienes le llevaron a la presidencia. Morena no es un partido de izquierda, ni progresista, ni de avanzada socialista. Es un movimiento que se mueve pero que no llega a ninguna parte, al servicio del delirio de López Obrador que pretende restaurar el nacionalismo revolucionario del PRI a condición de aniquilar la democracia. Su forma de gobernar recuerda en exceso a las ideas Carl Schmitt, teórico del nazismo, que formuló el valor de la “decisión” como expresión del poder puesto que quien decide está legitimado por el poder. López Obrador adopta decisiones, contrarias a un sistema democrático, avaladas por su investidura. Esos juicios son órdenes cuyo fundamento reside en la voluntad del presidente, aplicadas por siervos que han abdicado de su libertad. Andrés Manuel proclama que el pueblo está politizado, quiere decir abducido. Acostumbrado a obedecer durante décadas no pone reparos en obedecer de nuevo. Este sistema es el que Sheinbaum heredará y aplicará debidamente tutelada por el ahora presidente.
Xóchitl, independientemente de sus propuestas, rehabilitará la legitimidad de la democracia liberal, respetará la separación de poderes, reformará el poder judicial para que la igualdad entre los ciudadanos sea efectiva. Sheinbaum asegura la desaparición de la democracia; Gálvez, su restitución. Este es el debate: tiranía o libertad. Se antoja improbable que los ciudadanos no hayan reparado en esta tesitura. Las encuestas dicen que no, pero el sentido común dice que sí.