El domingo 22 de octubre Andrés Manuel López Obrador presidió el encuentro “Por una
vecindad fraterna y con bienestar” al que asistieron los presidentes vecinales y fraternos de las
democracias más avanzadas de Latinoamérica: Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel, Gustavo
Petro. Estados Unidos no fue requerido porque los líderes del mundo libre consideraron
inoportuna su presencia. El objeto de la reunión era reflexionar sesudamente sobre las causas
de la migración y las medidas para combatirla según había declarado el Presidente de México
días antes: “Vamos a tratar entre nosotros. Es como un acuerdo de buena vecindad: vecindad
contra la pobreza, vecindad por el bienestar de nuestros pueblos para buscar que con la ayuda
mutua podemos atender el problema de la migración”. Nada más natural que los mandatarios
de Venezuela, Cuba y Colombia —siempre alertas cuando se trata de garantizar respeto
estricto a los Derechos Humanos—, no faltaran a la cita. Andrés Manuel actuó como acicate
de la convocatoria cursada. Su talla de estadista de amplio reconocimiento internacional
avalaba la seriedad de la cumbre. La importancia del evento no fue menor, acreditada porque
López Obrador hizo un hueco en su apretada agenda que lo mismo lo sitúa en Ucrania
mediando en el conflicto a favor de Rusia, que lo lleva a la franja de Gaza para disuadir a
Hamás de que deponga las armas bajo la amenaza de acusar a los terroristas con sus papás y
mamás; en el caso de los israelís, sólo con sus papás porque no tienen mamás. Once países
desembarcaron en Palenque, pero Andrés Manuel sólo tuvo ojos para Díaz-Canel, Petro y
Maduro. Previsible, puesto que los demás mandatarios representan a naciones que apenas
empiezan su itinerario democrático y antes de hablar tiene que aprender a callar. La extenuante
hoja de ruta de López Obrador obliga a priorizar a fin de estirar el tiempo para aprovecharlo
debidamente. Como espléndido anfitrión, sorprendió a los tres elegidos con tamales de chipilín
elaborados en Palacio Nacional, recibidos con vibrante entusiasmo ante la oportunidad de
degustar un platillo gourmet. Para la tropa, ofreció tlayudas oaxaqueñas con tasajo
acompañadas de mezcal. La intendencia rápidamente distribuyó trajes de tehuana para ellas y
prendas de manta para ellos no fueran a olvidar al pueblo, auténtico protagonista de la
“vecindad fraterna y con bienestar”.
La jornada se organizó en tres sesiones de intenso trabajo: en la primera, con gesto
serio y preocupado, los dignatarios coincidieron en que la migración, consecuencia de la
pobreza, es asunto que debe atenderse; en la segunda, entre ademanes solemnes y
ceremoniosos, concluyeron que la migración es un problema que concierne a todos y que
asociada con la pobreza debe combatirse; en la tercera y definitiva declararon pomposa y
formalmente que más adelante deben promover otro encuentro para afirmar que migración y
pobreza son asuntos que no pueden posponerse a causa de su gravedad. No desaprovechó la
ocasión el Presidente de México para interesar a los presentes en su programa estrella
“Sembrando vida”, aunque algunos invitados se preguntaban entre susurros qué entiende por
vida López Obrador para no regarla a la hora de firmar la declaración conjunta. En la esquina
izquierda del documento que plasmó el acuerdo se consignó en letra pequeña la urgencia de
que Estados Unidos se sume de una vez al movimiento democrático de la región porque es un
verdadero lastre para las respectivas economías y la defensa de la libertad.
Acabadas las laboriosas y coloridas consultas, después de entregar los atuendos al
responsable de la secretaría para devolver al pueblo lo robado, se despidieron entre cortesías de
rigor, acostumbradas promesas y previsibles parabienes. Maduro introdujo en una de esas
maletas que su vicepresidenta, Delcy Rodríguez, pasea por el mundo financiando la democracia
liberal unos tamales de chipilín que especialmente había preparado para la ocasión Beatriz
Gutiérrez Muller.